Un día me levanté temprano para ver la salida del sol, y cómo su luz le devolvía el color a la naturaleza, pero ese día no era como otros, porque si bien es cierto que el sol brillaba, también lo era el hecho de que calentaba más de la cuenta, lo que me hizo retirar de la ventana, al sentir cómo las partes expuestas de mi cuerpo se tostaban; triste me fui a refugiar al lugar donde los rayos del sol no pudieran llegar, al menos no tan temprano como lo era,  recuerdo que la sonrisa que tenía al levantarme había sido cambiada por una mueca de desagrado, tratando de que el buen ánimo regresara a mi persona, me dije: Los días malos no existen, existen momentos grises que afortunadamente son fugaces;  entonces me puse de pie, empecé a silbar, me dirigí a la ducha y esbozando mi mejor sonrisa, abrí la llave de la regadera esperando recibir la fresca caricia del agua caer sobre mi cuerpo, pero para mi sorpresa, el agua casi quema mi cuerpo, estaba tan caliente, que me recordó las veces que mi madre nos ponía a desplumar un pollo, cuando no se compraban como ahora, en las pollerías, sino a personas que pasaban por la calle ofreciendo gallinas, pollos y hasta cabritos; en fin,  a pesar de no quedar muy satisfecho con el baño de regadera, me dije: qué podía esperar, si el sol mañanero viene acercándose a la tierra y calentando todo a su paso; pero no estaba dispuesto a darme por vencido, así es que me vestí rápidamente y me dije: visitaré a un amigo, pero paré de pronto en seco mi marcha, porque recordé que el último de mis amigos ya había partido de este mundo, así es que me pregunté: Bueno, pero ¿cuál es realmente mi intensión al buscar un amigo? ¿Qué le iba a decir o a contar? ¿Acaso que el sol estaba calentando de más, o que el agua de la llave ya no necesitaba ser calentada en el boiler? No, eso es demasiado trivial, lo que en verdad quiero contarle es cómo me siento, porque resulta que de un tiempo acá, nadie sabe escuchar, y los que queremos hablar competimos por las personas que tienen paciencia para escuchar, de ahí, que yo no he tenido mucha suerte en hacerme escuchar, y hablo mucho sí, pero hablo al vacío y mis palabras se pierden en el aire. Seguramente no existen muchas personas que deseen escuchar, sobre todo pláticas que salen de lo más profundo del ser, la mayoría habla de la superficialidad, de lo común y poco trascendente, pero si importante en el ámbito de lo común. Escuchar a alguien quejarse de esa sensación de sentirse en estado de soledad a pesar de estar acompañado, no es muy agradable, por eso, decidí ir en busca de quien siempre tiene tiempo para escuchar, porque si bien es cierto que él habla con los animales y las plantas sin temor a que lo juzguen loco, ya es ganancia, o como dice: lo mejor de hablar con otros seres vivos ignorados por el hombre, es que ellos se nutren de las palabras de quienes les hablan y nunca se sienten satisfechos, ni aburridos, ni fastidiados, por más que el tema sea tedioso; además esa persona de la que hablo, siempre tiene muy buena disposición, y no guarda ningún interés personal al escucharte, por eso fui a ver a mi tío Tiótimo, y cuando estuve frente a él, calmadamente me invitó a sentar en una silla de su comedor, me trajo un vaso con aguamiel de caña  y sin más me dijo: Soy todo oídos, y como si esta fuera la señal de arranque, me solté diciéndole primero lo que él ya sabía, sí, que le tengo mucha confianza y  que respeto mucho sus buenos consejos., él me palmeó la espalda, así como una madre trata de sacarle el aire que ha tragado su bebé cuando por desesperado se atraganta al lactar, después me dijo: Con calma sobrino, con calma, tenemos todo el tiempo del mundo; detuve mi perorata, respiré profundamente y le hablé como un hijo le habla a un padre cuando existe una verdadera comunicación, él me escuchó pacientemente, tomaba de vez en cuando un sorbo del aguamiel de su vaso, y no dejaba de mirarme fijamente a los ojos. Cuando terminé de hablar me preguntó: Dónde está el hombre que presumía de vasta experiencia, el del roce humanitario y sensible con su prójimo, el hijo abnegado, el hermano amoroso, el humilde nieto entregado a venerar a sus abuelos; en dónde el padre luchista que se esforzó trabajando sin descanso para darle a sus hijos un hogar integrado y fortaleció el valor de la unidad familiar; en dónde el solidario amigo que estudió medicina haciéndole la promesa a su mejor amigo de descubrir la cura del cáncer; en dónde el joven apasionado y romántico que rebasara con mucho a Romeo el enamorado de Julieta; en dónde el solitario estudiante que anhelaba que lo tomaran en cuenta sus compañeros para poder sumarse a significar la valía del compañerismo progresista; en dónde el abnegado servidor púbico que ha dado 42 años  de su vida profesional a su prójimo; en dónde el docente  positivo y dinámico que le invirtiera tanta energía y esfuerzo por más de 15 años a sus pupilos; en dónde incipiente articulista que privilegió con su pluma los valores éticos; en dónde el líder sindical aguerrido que no vendió su dignidad para satisfacer la voracidad del ambicioso patrón; en dónde el profesionista que incursionara en política con la ambición de ayudar a mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos; en dónde el aprendiz de discípulo que sigue los pasos del divino Maestro Universal; en otras palabras: ¿en dónde has estado sobrino, que a pesar de tanas oportunidades, tanto trato con el prójimo, sigues ahora sintiéndote sólo? Si yo te escucho, Él te escucha, para que ambicionar más; ahora vete por donde llegaste y disfruta la vida, que bastante has hecho por ti mismo y los demás y por ello tendrás un lugar donde la envidia, el egoísmo y la falsedad no son necesarios para llegar hasta donde deseas estar.

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