De mis aciertos y mis errores, he tejido una historia, con los primeros, avanzaba rápidamente, porque se significaban por logros, mientras que con los segundos, experimentaba lo que suele llamarse pausas, pero nunca los consideré como retrocesos, porque al detener mis avances, me estaba dando la oportunidad de analizar el hecho de que no todo lo que se ha etiquetado como error, significa que se ha obrado mal o se experimenta un acto fallido, pues en ello interviene un sistema rápido de respuestas en nuestro cuerpo, que se guía por experiencias instintivas, en ocasiones, para detener el proceso que podría no tener un buen progreso, una buena respuesta, un resultado deseado, y nos podría dejar una cicatriz emocional imposible de borrar.

Un buen día, me encontraba sentado en una banca de concreto en el área verde del módulo habitacional donde resido, descansando se podría decir, pero la verdad, estaba meditando relajadamente, acariciado por un suave y fresco viento que provenía del norte, y me hacía sentir una placentera sensación de bien estar; de pronto, un hombre entrado en años, al pasar junto a mí, saludando cordialmente me dijo: Rico el vientecito, aunque el aposento un poco duro, sobre todo, cuando la intensión es dar un repaso de lo que hemos hecho en la vida. El hombre me sacó de mi cavilación y  simulando no haberlo escuchado, lo saludé. Me permite, me dijo, señalando con su mano derecha el espació que se encontraba libre junto a mí; adelante, le respondí, de todas maneras yo estaba por retirarme. El hombre permanecía de pié, mientras escuchaba mi respuesta. Cansado no estoy, respondió, sólo busco un poco de compañía, y usted me parece una persona agradable, de confiar, un buen conversador diría, pero si este no es un buen momento para hacerlo, una disculpa le pido y seguiré mi camino. Discúlpeme usted, le dije, lo que pasa es que llevo ya un buen tiempo sentado en esta banca y como bien lo aprecia es dura y fría, pero aún cuento con algunos minutos para escuchar, imagino las buenas nuevas de alguien como usted, que además de ser educado, percibo ha de conocer variados e interesantes temas como para pasarnos buena parte del día sin importarnos cuan dura sea la banca. Sin más, el paseante se sentó y en seguida me dijo: Qué bien se está aquí, recibiendo la bendición de Dios vertida en un viento tan reconfortante, y aún mejor, en tan buena compañía. Le agradecí el cumplido, y él continuó diciendo: Yo solía venir de joven por esta área, caminaba en soledad, pero no por mi gusto, sabe, mis hijos, viven muy ocupados, mi esposa, como yo, con algunos achaques de rodilla o de cintura, por lo que yo no me desanimé ni me negué a dejar de hacer ejercicio, porque considero a la caminata una excelente forma de mantener el tono de los músculos y ligamentos, sin maltratar las articulaciones. Bien dicho, le respondí, a mí me pasa algo similar, pero no pierdo la fe en que algún día,  mis hijos y mi esposa se sumen a esta actividad. El compañero de banca detuvo la plática, se puso de pie y dijo, espero verlo en otra ocasión y con más tiempo, siempre es bueno pensar en sí mismo, en quererse un poco, y si se excede, no se preocupe pensando que es por ello un egoísta, viera, cada quien es el dueño de su tiempo, pero se vive en la falsa idea que su tiempo le pertenece a los demás.

Como llegó, se fue, y por estar muy metido en mis pensamientos, se me olvidó preguntarle su nombre, pero no queriendo preocuparme por ello me dije: Seguramente volveremos a encontrarnos y entonces, en esa nueva ocasión sabré con quien estuve hablando; entonces me puse de pié, exhalé profundamente y conforme iba soltando el aire, en mi mente repetía una frase que yo sabía que ya la había pronunciado en otras tantas ocasiones: Señor, que bien se está aquí, contigo.

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