Ayer, en mi niñez, con curiosidad veía los juegos de otros niños, más por no saber cómo jugarlos, me conformaba sólo con mirar, mas mi timidez poco a poco se fue esfumando, entonces, animado por un soplo de valentía, me atreví a pedirles que me enseñaran, se me quedaron mirando con incredulidad y me dijeron: ¿Cómo es eso que no sabes  jugar a las canicas, ni al trompo o al balero? Avergonzado les contesté: Realmente no sé, pero si me enseñan ya podré jugar con ustedes. Aquellos  compañeros de la infancia, niños como yo, pero más afortunados, trataron de enseñarme los juegos maravillosos con los cuales se divertían; a decir verdad, a pesar de su esfuerzo para que yo aprendiera, mi habilidad dejó mucho que desear, de tal manera, que no pude ganar nunca en esos juegos, perdía las apuestas y con ello las canicas, mi trompo sufría el castigo que yo merecía y el balero pasaba a otras manos; aún sin embargo, procuraba comprar nuevas canicas, un nuevo trompo y un balero reluciente, pero sucedía lo de siempre, hasta que un buen día, reunido aquel grupo de niños ante una hoguera, me dijeron:  ¿Por qué te empeñas en jugar si siempre pierdes? Seguramente ya te has gastado todos tus ahorros para reponer lo perdido. Entonces les contesté: la verdad es que yo nunca juego con la finalidad de ganar, juego para sentirme parte de ustedes y para compartir todo lo que les causa alegría; de tal manera que me emociono cuando ganan, sufro cuando pierden,  pero siempre conservo la esperanza de que algún día me acepten como amigo. Todos se me quedaron mirando sin comprender lo que les decía, pero después de un rato, uno de ellos, el más cercano a mí, pasó su brazo sobre mi hombro y me dijo: Ya verás cómo un día, serás mejor que todo nosotros, en lo que vayas a ser.

Ayer, veía extrañado cómo una de mis amadas tías, hincada ante un Cristo rezaba, y le pregunté: Qué haces tía, y ella contestó: Le pido a Dios por mi salud y le pido me perdone por todo aquello que he hecho mal y con ello he causado mal a mi prójimo. Me quedé pensando unos momentos y le dije: Cuando termines de pedirle al Cristo, ¿me lo puedes prestar a mí?  Ella se me quedó mirando con sorpresa y me dijo: ¿Para qué quiere un niño como tú un Cristo? esta imagen sagrada no es para jugar, anda, vete a buscar a tus amigos. He de reconocer que me retiré de aquel lugar sintiendo una gran tristeza; pero también con una idea en mi mente: Haré mi propio Cristo; fui a la cocina y tomé de la mesa un pequeño cuchillo, me dirigí al traspatio, al lugar donde había muchos árboles y busqué una rama que tuviera forma de cruz, rechace varias por no tener la forma perfecta, hasta que encontré una que se acercaba a la forma de la cruz a la que le rezaba mi tía, corté la rama y empecé a tallarla, pero definitivamente no me quedó muy bien, pero para mí era perfecta, la tenía conmigo, más como no sabía cómo rezar la guardé en uno de los cajones donde guardaba mis tesoros de niño, un buen día mi tía encontró la cruz , la tomó en sus manos y la llevó hasta donde estaba yo y me dijo: ¿qué hace este palo en tu cajón? No es un palo, le dije es mi cruz  y juego con ella, porque tu dijiste que me fuera a jugar con mis amigos. Años después, habiendo terminado mi carrera de médico, mi madre me obsequió un hermoso Cristo pendiente de una cruz de madera, lo coloque en la pared  arriba de del sillón donde me sentaría a dar consulta, con el tiempo el Cristo perdió una mano, y más tarde perdió la otra, traté de colocárselas, pero fracasé, por fin me di por vencido y lo dejé así; siempre me intrigó ese suceso, más no le encontré explicación, hasta llegar el tiempo en el que sin saber por qué, empeche a escribir sobre mi Cristo, mi amigo, mi Dios.

enfoque_sbc@hotmail.com