De las sorpresas que da la vida, recuerdo que en mi niñez, acudía a ver los juegos de beisbol de los otrora jóvenes deportistas de San Francisco, Santiago NL., mismos que se llevaban a cabo en un terreno plano que se ubicaba frente al Balneario San Francisco, un complejo turístico de la localidad que contaba con varias albercas, chapoteadero, así como un restaurante, y era muy visitado durante el verano, por los regiomontanos y habitantes de otros municipios, ya fuera en los fines de semana o  en las vacaciones.  Siempre que nos enterábamos que iban a jugar los mayores , nos dirigíamos al lugar, un grupo de niños y adolescentes que nos reuníamos en lo que considerábamos el casco de la hacienda y después de ponernos de acuerdo, enfilábamos hacia el ojo de agua, un precioso paraje de bosque tropical, que al ir descendiendo por unos minutos, nos conducía al lugar  designado extraoficialmente, como parque de beisbol, y una vez  que se completaban los dos equipos, nos tirábamos al suelo cómodamente para verlo, entre los jugadores que recuerdo y destacaban, se encontraban: Roger, Beto “el orejón”, Gumaro Valdez, Juan Valdez, Ruy Montemayor, Ruy Rodríguez, Daniel Rodríguez, Manuel “el Pisto”, entre otros; al término del juego, los que dábamos en llamarnos la pequeña liga, tratábamos de ponernos de acuerdo para formar un equipo e imitar a nuestros mayores, pero para ello,  entrenábamos en una callejón que estaba frente a la casa grande de Papá Che y que al final colindaba con una propiedad donde vivía el profesor Florentino Gaona y la maestra Lolita Betancourt. Pues bien, como no teníamos dinero para comprar guantes y pelotas, nos conformábamos con atrapar la pelota de trapo con las manos y como bate teníamos un pedazo de tronco delgado de tamaño adecuado; a pesar de las deficiencias de equipo, nos divertíamos mucho.

En una ocasión  venía bajando del Túnel el tío Nacho (Ignacio Saldivar) hermano de mi abuela materna Isabel Saldivar y se quedó un rato observando el juego y escuchando la gritería de la chiquillada, después se retiró sin decir nada, pasado un mes, y estando de visita en la casa del abuelo Virgilio, llego el tío Nacho con un costal  en la mano, nos llamó a Toño mi hermano, que en ese tiempo le apodaban “la perra”, a nuestro primo Gilberto y a mí,  el pariente fue desatando poco a poco el cordón de ixtle que cerraba aquel saco, y uno a uno fue sacando lo que sería nuestro regalo,  como al tío le gustaba la carpintería imaginábamos de que se trataba, así es  que tomó en sus manos el primer bate, le paso la palma  de la mano derecha  y  comprobó que estaba muy bien pulido, se lo entrego a Toño, después sacó el segundo tolete e hizo lo mismo y se lo entregó a Gilberto, mi ansiedad era notoria, ya quería tener en mis manos mi bate, pero cuál fue mi sorpresa cuando me percaté que el bate estaba discretamente curvo, y como yo era el más chico de los tres , me le quedé viendo al tío, quien tenía en su boca un cigarro faro a medio acabar  y le dije: ¿Por qué los más chicos siempre nos toca escoger al último? ahora no podré batear jonrón como lo hace Héctor Espino. El tío Nacho respondió: No lo veas por el lado malo, tú serás el único que podrá batear las bolas curvas. Entonces todos soltamos una risa, como preludio de una serie de aventuras  que habíamos de vivir juntos en el paraíso, donde quiso Dios que naciera mi madre y donde sus retoños vivimos nuestros mejores años de nuestra niñez y la adolescencia.

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