Mi padre me platicaba, cuando niño, cómo disfrutaba del campo en las reuniones con la familia y los amigos; mientras narraba aquellas fantásticas experiencias, yo me imaginaba estar en todas ellas, de ahí que empecé a soñar que un buen día, tendría un pequeño pedazo de tierra al que podría llamarle rancho, y entonces, irle dando vida a aquellos momentos, que sin ser míos, los sentía como si lo fueran. Mi padre soñaba con heredar el rancho de su progenitor Don Felipe Beltrán Gracia, igual, yo lo acompañé muchas veces aquellas tardes en las que llevaba a mi abuelo a supervisar las actividades de las personas que realizaban alguna tarea en el campo, y entre broma y broma, mi padre le decía a mi abuelo, todo lo que podía hacer con aquella tierra, de hecho, un día lo escuché decir que de tanto ir al rancho, ya mi abuelo le cambiaría el nombre al rancho, que de ser “El Porvenir” se llamaría “EL Porvenir de mis Hijos”. Mi abuelo materno Don Virgilio Caballero también tenía su rancho, y a mi padre le gustaba ir los fines de semana con la familia, recuerdo se  colocaban unos tablones y sillas muy cerca del arroyo, se prendía una fogata,  y cuando se formaban las brasas, ponían una parrilla para  asar carne, calentar los frijoles a la charra, las tortillas, en fin, todo lo que requería estar a una buena temperatura para disfrutarse mejor. Después de comer, mi padre se disponía a tocar guitarra y a cantar, yo lo observaba con detalle, se veía feliz y me decía a mí mismo: si él es feliz, yo soy feliz y feliz es toda la familia; después me retiraba  a soñar  recostado en una vieja carreta que se encontraba en lo que había sido, en otro tiempo, un almacén de  equipo agrícola, con la mirada fija en aquel hermosísimo cielo, platicando con el que siempre escucha y se siente, aunque no se vea, le decía: Algún día yo tendré un pedazo de tierra, al que podré llamarle el rancho. Pasó el tiempo, mi padre nunca tuvo su rancho, pero él insistía en que algún día lo tendría. Cuando formé mi familia y llegó a mi vida mi hijo varón, cuando tuvo edad de comprender, nos reuníamos en el patio de nuestra vivienda, nos poníamos a  asar carne, y como ya le había platicado sobre el sentimiento de tener un rancho, un día,  a los cuatro años me preguntó: ¿Papá, este es nuestro rancho? Le respondí: ¿Acaso tus pies están pisando la tierra? este pedazo de cemento no es el rancho. ¿Acaso ves árboles o plantas silvestres? Este pequeño espacio, circulado por paredes de block, no es nuestro rancho, aquí solo estamos ensayando lo que haremos cuando lo tengamos. Mi hijo desde entonces ha vivido con la esperanza de conocer el rancho  con el cual soñó su abuelo, con el cuál soñó su padre y con el cuál sueña desde entonces, mientras tanto, todos los fines de semana, el realiza las mismas prácticas campestres que un día me enseñó mi padre y yo le enseñé a él.

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