“Dijole el hijo: Padre mío, yo he pecado contra el cielo y contra ti: ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Mas el padre, por respuesta dijo a sus criados: Presto traed aquí luego el vestido más precioso que hay en casa, y ponédselo, ponedle un anillo en el dedo, y calzadle sandalias y traed el ternero cebado, matadlo, y comamos, y celebremos un banquete, pues que este hijo mío estaba muerto, y ha resucitado; habíase perdido, y ha sido hallado. Y con eso dieron principio al banquete.” (Lc 15:21-24).

Padre mío, ¿cuántas veces te he fallado? ¿cuántas veces he dejado de escucharte y seguir tus consejos? por mi necedad he caído muchas veces, las mismas que siempre estas presto a levantarme, curas mis heridas, sacudes el polvo de mis vestiduras, y poniendo tu mano derecha sobre mi hombro, en lugar de reprimirme con energía bien merecida, me hablas con ternura y me aconsejas como el buen padre que eres; en ese momento tu divina palabra llega a mi corazón, y siendo ya un hombre, como lo soy, me haces sentir como un niño y me devuelves la confianza de seguir siendo amado.

Señor, mucho he aprendido de tu amor, y encuentro en la misericordia el abrazo cálido, para regresar la armonía y la paz a los corazones afligidos por la pena y el desamparo.

Jesús, ayúdame a ser un buen padre, así como el Padre Celestial lo ha sido contigo, que no vea en mis hijos sólo imperfecciones y defectos, que vea como tú viste en mí, sólo oportunidades para cambiar y ser mejor, que sea el amor la mejor medicina para sanar todos sus quebrantos; no sea yo el motivo de sus tristezas y su desanimo, por el contrario, sea un humilde ejemplo del camino, por el cual yo he transitado a tu lado de tu mano.

Padre, dame sabiduría para entender lo que parece inconcebible, que deforma la realidad y desvía el camino para ir hacia ti; envía a tu Espíritu Santo en mi ayuda y jamás te alejes de nuestra familia.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos familiares.

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