Muchas veces me he preguntado cuándo fue que pasé de ser un narrador de anécdotas en primera persona, a un remedo de novelista. Empecé redactando todo lo que ocurría en mi vida y cuando a mi mejor amigo le pareció interesante lo que escribía, me animó a publicarlo, pero como no tenía recursos económicos para financiar mi proyecto, un día lo le platiqué a mi madre mi interés en publicar lo que tenía escrito y no dudó un solo momento en apoyar mi locura y así fue que un buen día, un día inolvidable y gracias a la participación de varias personas, logré cristalizar lo que de inicio parecía imposible; después algunas de las personas cercanas a mí, me decían que publicara también un libro sobre reflexiones, otro sobre anécdotas, y uno más sobre el despertar de mi vida espiritual, entonces me sentí con suficiente capacidad para hacerlo, pero el problema seguía siendo el financiamiento, a pesar de que surgieron algunas propuestas externas para publicar, me negué a aceptarlas por el temor de perder mi originalidad al tener que escribir algo que no sentía para poder intentar buscar fama y fortuna. Entonces surgió la propuesta de escribir para el periódico y vi con satisfacción que de esta manera podría llegar a un buen número de lectores, sin tener que ponerle precio a los fragmentos de mi vida.

Poco a poco me di a conocer en mi comunidad y con gran satisfacción, y sin perder la humildad, recibí buenos comentarios sobre mis artículos. He de confesar, como lo he hecho otras veces, que no ha sido nada fácil, pero incluso, siento que si a sólo una persona le hubiese gustado lo que narro, por esa persona seguiría escribiendo.

He aprendido muchas lecciones de esta práctica, una de ellas, ha sido que cuando llegas a la última página del libro de tu pasado y pareciera que ya no tienes nada que contar, aparecen nuevas rutas donde dejas de escribir en primera persona, porque dejas de ser el protagonista de tus historias, entonces empiezas a contar la historia de aquellos que te han permitido caminar por sus vidas, pero siempre se corre el riesgo de dejar de ser original, cuando a tu verdad se suman eslabones fantásticos para embellecer y dar credibilidad a tus historias. Se corre el riesgo de que tu pensamiento creativo lastime a los nuevos protagonistas, que pudieran no estar de acuerdo con el rol del personaje con el que se desarrolla la trama, y es ahí donde surge la pregunta ¿Cuándo dejé de ser un narrador de anécdotas para ser un remedo de novelista?
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