Una noche de sentir frío, me abordó la necesidad de que me abrazara la esperanza, y después de externar mis anhelos al divino poder creador que habita en el cielo, la tierra y en todo lugar, por fin dormí profundamente, entonces, desperté en el entorno de un sueño muy abrazador, que calmó mi ansiedad, mis temores, y me dio la paz que necesitaba para dejar de huir de mí mismo.

Al principio me vi sólo en una amplia habitación de un blanco infinito, cuya luminosidad era impresionantemente fuerte, pero cuyo sublime efecto, irradiaba un fino rayo conciliador, que a su tacto, inspiraba tranquilidad, y procedía después a relajarme; y seguido, entró a la habitación de mi resguardo, un destello de hermoso colorido, de pulso palpitante y vivo, como la vida misma, de difícil definición era su contorno, pero no lo suficiente para consentirlo desconocido, por el contrario, muy cercano a mí y conocedor de mi sentir más íntimo, comunicándose conmigo, a través una vibración suave y armoniosa, manteniendo una sintonía justa, que me hacía sentir totalmente equilibrado, y dijo para mí: ¿Cuál es la culpa que mortifica a tu espíritu? Si bien que no existe la perfección en tu naturaleza, porque eres como una fruta que debe madurar con el tiempo, así es el estado en que se encuentra la fruta que nació contigo del mismo árbol de donde proviene  tu naturaleza humana, más no es el espíritu el que debe sufrir las consecuencias de las penas que acompañan a las otras almas, que queriendo y pudiendo hacer más  por aquello, que es motivo de su dolencia, más que reclamo en la repartición de obligaciones, quiere con su lamento disipar su pena, pensando que, hiriendo sin desearlo a quien considera puede hacer más que ella, cuando pone en la balanza su esfuerzo y le resta mérito, pues lo mismo pesa el hacerlo con reniego. Dará pues, cada quien lo que pueda, que igual lo que se hizo en el pasado, podría no contar en el presente, ausente será aquél que no hiciera lo que el corazón le mande y sólo actúe por obligación quimera.

Descansa, pues, la tortura de tu mente que le imprime el decir de los que expresan con quejidos y reclamos su impotencia, recuerda que tu espíritu  igual me pertenece, como el espíritu del amado ser por el cual se despiertan las molestias, que igual en su momento, yo reclamaré para que vuelvan a mí, porque son parte mía.

Cuando fuiste una hormiga, nadie cuido de ti para que no te pisaran, cuando necesitaste de un abrazo, todos reclamaban merecerlo más que tú y dejaron que el frío no pasara de largo, sino que se quedara en tu interior, tú me hablas y me pides esté contigo y yo te escucho y te abrazo, y te abrazaré siempre que necesites de mí, porque yo soy tu Señor, tu Dios y estaré contigo hasta el fin de los tiempos.

Que el Espíritu Santo nos abrace, no sólo para quitarnos el frío de la indiferencia, sino el que es motivo de la desesperanza de no acudir a Dios cuando se le necesita.

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