Platicando con mis nietos mayores, Sebastián y Emiliano, sobre la importancia de ser positivos en la vida y estar siempre dispuestos a servir al prójimo, ellos cuestionaron mi comentario, pues alegaban a su favor, que cuando se es adolescente es importante tener hartas experiencias para aprender lo más posible, y así entrar a la juventud y la adultez con mayor seguridad, pues lo negativo precisamente se presenta cuando no encontraron soluciones apropiadas para resolver sus dudas existenciales, y lo positivo era ya una elección, por si el ser negativo les acarreaba más problemas. Todo se suscitó por el hecho que se le tenía que dar una mano de pintura a una puerta, lo primero que argumentaron para no hacerlo, fue que no tenían material para ello, por lo que se adquirió lo necesario, después dijeron, que tenían que calendarizarlo pues había otras actividades de su interés que les restaba tiempo para llevar a cabo la tarea que se las había encomendado, más adelante surgieron aspectos relacionados con el clima, que si hacía frío o mucho calor, mucho viento o si había mucha humedad. Emiliano dijo que él seguía dispuesto a realizar la actividad, pero que Sebastián como era más alto y tenía mayor alcance de hacerlo; los pretextos siguieron, por lo que, de nuevo los cité para hacer una reflexión sobre el particular, Sebastián comentó que él necesitaba algo de dinero para comprar un artículo para su computadora, aproveché la coyuntura para negociar con él y parecía que todo estaba arreglado, pero el trabajo continuó pendiente a pesar de haberle dado el anticipo por sus servicios, insistí en que desistieran de su actitud negativa, les platiqué que cuando yo tenía menos que su edad, se me enseñó a que si tenía alguna necesidad personal que satisfacer, trabajara para ganar dinero y así lo hice, tuve varios empleos remunerados, donde mis patrones fueron puros familiares debido a mi corta edad, en cada uno de estos empleos tuve la fortuna de contar con el apoyo de alguna persona que me capacitó para ello, ya sea como ayudante de una tienda de abarrotes, de una carnicería, como piscador de naranjas, vendedor ambulante de fruta, lavando autos. Emiliano me dijo: Abuelo, ¿has de haber tenido mucha suerte en tu niñez, o de plano faltaba personal que hiciera esas tareas? No lo creo, le contesté, tal vez lo que me valió fue siempre tener una buena actitud y ser positivo, de hecho recuerdo que los domingos mi primo Gilberto, que era un poco mayor que yo, era propietario de un cajón de bolear calzado y un día le dije que me enseñara el oficio, entonces salimos a buscar clientes y frente a la tienda de abarrotes del abuelo Virgilio, había una peluquería cuyo propietario era don Lupe Leal, así es que a los clientes que esperaban su turno les ofrecíamos el servicio; Gilberto no quería perder los clientes, pues en los primeros les manché los calcetines, entonces me puse triste y él para contentarme me dijo: Tu trabajo será darle el trapazo final a los zapatos y me enseñó su técnica, de tal manera que cuando el terminaba les decía, ahora viene lo mejor: el súper brillo, y entonces tomaba yo la franela y le daba duro haciendo chillar al calzado con el roce del trapo. A la hora de cobrar Gilberto les decía son cincuenta centavos, él tomaba el dinero y lo metía a la bolsa de su pantalón y curiosamente los clientes preguntaban antes de marcharse: ¿Y cuánto es del trapazo final? Yo le respondía: lo que usted me quiera dar y me daban también cincuenta centavos. Mis nietos mayores escucharon con atención, pero no atendieron la lección.
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