Un buen día de mi niñez, mi madre me vio persiguiendo a una hermosa mariposa de color amarillo fluorescente; en ese momento, yo llevaba una rama en mi mano derecha con la intensión de cazarla, entonces ella me llamó la atención y me preguntó: ¿Por qué tratas de hacerle daño a esa mariposa? Yo le contesté que no quería hacerle daño, que únicamente quería atraparla para poder observarla bien, pues me llamaba mucho la atención su color, le decía que era como el de los limones maduros, era un amarillo casi luminoso y quería también tocarla; entonces ella me habló sobre la importancia de los insectos en la naturaleza, y me advirtió, que seguramente la lastimaría al pegarle con la rama e interrumpir su vuelo, retrasando o poniendo fin a una actividad crucial para la vida del insecto; en ese momento recordé las veces que había cazado mariposas junto a mis amigos cuando después de llover, las mariposas se acercaban a beber agua a los charcos que había en las calles que no contaban con pavimento; todos lo tomábamos como un juego divertido y hasta hacíamos una especie de competencia para encontrar un ganador de acuerdo al número de mariposas atrapadas y a las que tenían un mejor color, pero desde que mi madre me dio aquella lección dejé de matar insectos, bueno al menos a todos aquellos que no interfirieran con mi tranquilidad y mi salud, pues resulta que hay moscas y mosquitos que son una verdadera molestia, así se lo hice ver a mi madre en una ocasión en la cual acudimos a un rancho naranjero, que mi abuelo Virgilio Caballero Marroquín tenía en Congregación Canoas, donde había todo tipo de insectos y yo tenía una suerte para atraerlos, de tal manera, que aquel día en que aprendí a diferenciar la variedad de insectos, sentí que algo me había picado en una mano y se me empezó a inflamar , por lo que fui a darle la queja a mi madre que se encontraba sentada en una silla tomándose una taza de café, después de haber terminado de comer, mientras que mi padre estaba acostado sobre una hamaca, le dije: Me das permiso de matar unos “tantitos” insectos que no me dejan en paz, ella dijo: recuerda que los insectos son importantes y merecen respeto, mejor espántalos; pero yo insistí y le respondí que los había corrido y no se iban y uno de ellos me había picado muy fuerte; mi padre, que trataba de conciliar el sueño escuchó la conversación y medio se incorporó, y dijo, toma una rama y pégales, yo te doy permiso; confieso que me sentí liberado y agarré la rama y muy decidido fui a matar insectos, pero cuál fue mi sorpresa, que estos insectos eran más grandes y más bravos que los que conocía en la ciudad y salí corriendo hasta donde estaba mi padre, moví la hamaca y malhumorado dijo: Ya deja dormir, que quieres. Y yo le contesté: te traje una rama porque estos insectos no se dejan matar y quiero que me ayudes porque ahí vienen y son muchos, cuando mi padre sintió el primer piquetazo, se levantó volando, me tomó de la mano y nos fuimos a meter a un arroyo, ya más calmados en el agua me dice: ¿Pero no te das cuenta que esos insectos son abejas y no hay que molestarlas? Le respondí: mamá dice que son insectos y son importantes; hasta entonces mi padre se percató de mi mano inflamada y empezó a reírse, yo hice lo mismo, pero como veía que no paraba de reír preguntó: ¿Acaso no te duele la mano, por qué te ríes? Mi río de tu orejota que se te hinchó como mi mano.
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