Hay espacios vitales en la existencia de todo ser humano, estos, pueden ser tan grandes como el universo o tan pequeños como los que se observan a través de una lente de un microscopio, pero lo importante no suele ser el tamaño, sino el hecho de que te sientas feliz al estar ahí, formando parte de ellos; espacios, donde cada uno de los componentes que le dan la vitalidad, conspiran a tu favor, para que tu naturaleza se cargue de energía positiva, de pensamientos buenos, y de acciones siempre favorables, para el todo en el que tú estás integrado.

Qué fácil te resulta respirar en un espacio vital, que fácil sonreír, reposar y soñar, qué fácil te resulta despertar y disfrutar lo que más le agrada a tu vida, lo que más fortalece a tu espíritu.

Si hoy sientes que las horas pasan tan rápido, si no hay suficiente tiempo para decir las cosas que deseas o para escuchar las respuestas que por tanto tiempo has esperado; si hoy el día se une a la noche en un abrir y cerrar de ojos, y si todo lo que ves pareciera inerte, frío, sin vida, debes de preguntarte cuándo abandonaste tus espacios vitales, cuándo dejaste de atender a tu cuerpo y cuándo te olvidaste de alimentar a tu espíritu.

No dejes pasar tu tiempo sin disfrutar la vida, no te olvides de ti, por estar siempre atendiendo las necesidades de los demás. Dios nos ha dado esta oportunidad de estar aquí y ahora para ser felices, no defraudarás a nadie si decides gozar de tu tiempo.

Que cada hora del día, que cada día del mes, que cada mes del año, se signifique por ser un espacio vital en donde tu cuerpo y tu espíritu estén en armonía y te hagan sentir lo que siempre debiste sentír: el maravilloso milagro de haber sido escogido por Dios, para recibir todo el amor que un padre le puede obsequiar a su hijo.

“Después de esto, ¿qué diremos ahora? Si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros?” (Romanos 8:31)

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