Hay cosas que me hacen sentir bien, y otras, que me hacen sentir mal, le platicaba un buen día a mi madre, cuando aquella tarde nublada, ella se encontraba sentada frente al ventanal que daba a la calle y remendaba mis calcetines y los de mi hermano Antonio; yo estaba sentado a sus pies, viéndola extasiado, admirando como su largo cabello, simulaba una maravillosa cascada que caía sobre sus albos y finos hombros, sintiéndome tan afortunado de tener una madre tan hermosa, que lo mismo reflejaba bondad en cada una de sus acciones, como ternura en cada uno de sus gestos. En ocasiones, dejaba de zurcir para tocar mi cabeza, sonriendo a cada una de mis infantiles ocurrencias; entonces me preguntó cuáles eran aquellas cosas que me hacían sentir bien y cuáles no. Inocente como era a esa edad, hablé con toda franqueza: El estar a tu lado, le dije, me hace sentir tan bien, que podría pasarme toda la vida tomándote la mano. Y por qué tomándome la mano, respondió ella. Porque de esa manera, estaría seguro de que jamás te irías de mi lado y yo me sentiría tan seguro, que no le temería a nada ni a nadie; tu presencia y cercanía me hacen sentir fuerte. Bueno, dijo mi madre, pero no siempre estarás a mi lado, llegará el día en que te sueltes de mi mano para asirte de otra mano. Eso no ocurrirá jamás mamá, yo nací de ti y contigo debo de estar siempre. Mi madre entrecerró sus hermosos ojos y no pudo evitar que yo descubriera en ello un dejo de tristeza. Mamá, ¿Acaso he dicho algo malo? Al contrario hijo, has dicho algo hermoso y has de saber, que para una madre nunca ha sido fácil dejar ir a sus hijos, para que vivan su propia vida, por eso te digo, que un buen día, te soltarás de mi mano para aferrarte a otra mano. No digas eso mamá, porque es de las cosas que me hacen sentir mal. Mi madre siguió zurciendo los calcetines como remendando una profunda herida, que con el tiempo habría de tener, cuando cada uno de sus hijos emprendiéramos el camino para forjar nuestro destino al lado de otra mujer, que igual que todas las madres, un buen día debería también de soltar la mano a sus hijos.
Aquella tarde nublada, mi madre se encontraba sentada frente al ventanal de mis ojos, yo la veía extasiado, sintiéndome tan afortunado de tener una madre tan bella, pero igualmente buena, que no me soltaba de la mano, haciéndome sentir cosas buenas, pero también, dejándome una profunda herida, que a pesar de ser aquellos, mis años de inocencia, me preguntaba quién zurciría la rotura de mi corazón que llegaría con el tiempo.
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