Se dice que los abuelos hemos adquirido con el tiempo la suficiente sabiduría, como para obsequiar a nuestros nietos algunas valiosas lecciones; en lo particular, siempre admiré las virtudes de los pilares de mi familia; aunque ambos tenían una filosofía de vida muy distinta, siento que logré asimilar lo mejor de sus conceptos sobre la familia, el trabajo, la naturaleza y las relaciones humanas.

Virgilio Caballero Marroquín fue el nombre que en vida llevó mi abuelo materno, él fue un hombre de origen muy humilde, dedicado a  agricultura, hábil para el comercio, amable, honesto, de decisiones firmes, divertido cuando lograba relajarse de las tensiones que le ocasionaban las múltiples actividades que desempeñaba; estricto y dócil cuando el caso lo ameritaba; él me enseñó a amar y a respetar a la naturaleza, a descubrir sus bondades, a no desperdiciar, ni rechazar los obsequios que nos ofrecía la madre tierra; me enseñó también a valorar el trabajo y el esfuerzo de los demás, y a respetar sus ideas; a ser justo y a buscar el equilibrio; a descubrir en lo más sencillo lo más sublime;  el caminar junto a él fue un verdadero privilegio.

Felipe Beltrán Gracia fue el nombre que en vida llevó  mi abuelo paterno, él era un hombre formado en la cultura del esfuerzo, que logró tener buena posición social, farmacéutico, de carácter adusto; formal, inteligente, exitoso en los negocios, culto, orgulloso, exigente, amante de la calidad, el orden y del buen servicio al público; disciplinado, trabajador, creativo, aliado de las fórmulas magistrales para tratar los padecimientos físicos del ser humano, ingenioso y con una gran pasión por la investigación farmacéutica; él me enseñó a ser organizado, responsable, formal, e intentó que yo fuera más cerebral que visceral para lograr las metas; me hubiera gustado conocerlo más, pero yo percibía que él me consideraba débil, porque me exigía demasiado y no cumplía sus expectativas de trabajo.

Mi abuelo materno dejó de ejercer presión aleccionadora sobre mi persona, cuando se percató que respondía a todas las exigencias para hacer de mí una persona independiente, responsable y capaz de ganarme el pan con el sudor de mi frente. Mi abuelo paterno no tuvo la oportunidad de conocer en mí las facetas que probablemente más admiraba en la familia: Ser una persona sobresaliente en la cultura, en las artes, en los deportes, o realizado exitosamente como profesionista. A él le llenaba de orgullo y gran satisfacción los logros de sus hijos y más los de sus nietos, así como de otros familiares cercanos y de sus amigos.

Como verán, tengo mucho que agradecerles a mis abuelos, aunque, a decir verdad, la decisión de ser lo que soy, fue de mi entera responsabilidad; siento que a mi abuelo materno le hubiera gustado que me dedicara al campo, a los negocios de compraventa de huertas de frutas de temporada y de su comercialización; mientras que a mi abuelo paterno tal vez le hubiese gustado verme encumbrado como científico de alcance internacional.

Ahora sé, que utilicé un poco de todo lo que me obsequiaron, y que, si bien no llené totalmente sus expectativas, ambos estarían satisfechos con mis logros.

Sin duda, mis abuelos eran muy diferentes, desde el punto de vista emocional; cuando mi abuelo materno envejeció, abrió su corazón para permitirnos, a sus nietos, conocer el gran amor que tenía para nosotros, se dejó amar como un niño juguetón, como un adolescente bromista, como el adulto sabio que siempre fue. Cuando mi abuelo paterno envejeció, no nos percatamos de ello, porque siempre conservó su recia personalidad y a nadie de nosotros nos permitió adentrarnos a su corazón, para tener la confianza de obsequiarle todo el amor que sentíamos por él.

Me ha tocado a mí la misión de preservar su legado y recordar la importancia de su presencia terrenal, y deseo de todo corazón, que ambos hayan alcanzado la gracia de Dios.

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