Sí, las faenas campestres suelen ser agotadoras, pero de niño, a mí me causaban un gran placer, es más, sentía una gran satisfacción cuando lograba cumplir con todo lo que se me encomendaba, a pesar de que nuestros amigos de San Francisco, en Santiago N.L. al principio me trataban como un chico de ciudad, por haber nacido y radicado en Monterrey; por ello, no me veían muchas posibilidades para desempeñar labores campiranas; pero, orgullosamente lo digo, cuando se trae en las venas la herencia campesina, más temprano que tarde, surgen las cualidades que distinguen al hombre de campo.
El manejo del azadón, el talache, la pala, el machete, el hacha, pronto va dejando a su paso la huella en las manos, y mis manos encallecidas al contacto de otra mano igual, transmitían en el saludo, el lenguaje del trabajo cotidiano. Pero, no bastaba únicamente exhibir ese estigma, para mí era importante el poder vestirme para la ocasión, y la amada tía Chonita tenía en la tienda “Abarrotes Caballero” muchos de los anhelados implementos, entre ellos: sombreros, huaraches, paliacates, cintos; y aunque ella amablemente me los podía obsequiar, yo prefería siempre pagárselos, para sentir el valor del fruto de mi trabajo.
Afortunadamente, en ocasiones, no tenía un número adecuado de huaraches para mí, y digo afortunadamente, porque mis compañeros de juego y trabajo de San Pancho, como buenos artesanos, me enseñaron a confeccionar unos a mi medida; necesitando para ello: una llanta automotriz de desecho, cuyo gravado no estuviera muy gastado, un par de correas de cuero, una navaja o cuchillo (Cheira), un martillo y unas grapas.
Durante toda mi infancia y parte de la adolescencia, aprendí al lado de mis abuelos maternos Virgilio e Isabel y mis tíos Arturo y Chonita, entre otros oficios el de: dependiente de comercio, carnicero, agricultor, empacador y seleccionador de frutas, piscador, procesador de conservas de frutas, reproducción y crianza de aves de corral y ganado menor y chofer; podría asegurar que, gracias a ellos, en ese largo adiestramiento de 15 años, ya me sentía un hombre preparado para trabajar
Qué estupenda experiencia te deja, darte cuenta que el ser humano tiene un enorme potencial creativo.
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