Hoy los viajes cortos se acortaron tanto, que no nos fue posible acudir como en todos los años al encuentro con mi “Yo Niño”. Unos dicen, que fue el desánimo inicial, dado por una situación enrarecida del entorno, otros, cuentan que se debió más bien al miedo que impone la edad, que le exige al cuerpo la prudencia, yo puse de pretexto al frío, porque de un tiempo a la fecha entre más baja está la temperatura, más tiembla mi cuerpo, pero tengo la esperanza que vendrán tiempos mejores y en la primera oportunidad, podré narrarles a mis más fieles lectores, lo acontecido en  la sección de “Los grandes viajes cortos”.

Pero el hecho de quedar varado en nuestra muy amada ciudad Victoria, no implicó que estuviéramos sólo metidos debajo de los cobertores, pues fue tan enriquecedora la experiencia de poder observar con detenimiento el cambio que experimentamos todos con el paso del tiempo, por ejemplo: Los intereses de los pasajeros que rebasaron los diez años de edad, viró hacia la búsqueda de nuevas experiencias que pudiera alimentar más su amor por sí mismos y, partir de ahí, para valorar el amor por los demás; así es que mis amados nietos Sebastián y Emiliano entraron con mayor seriedad al proceso de consolidar amistades y a ver las diferencias que existen entre un amigo y una amiga; de ahí, que sospeché, que éstos serían los primeros pasajeros en bajar del mágico viaje espiritual del abuelo; la que siempre estuvo animada fue la bella Andrea que ha preferido ir despacio para no romper la magia de su inocencia, porque estima que para vivir feliz nunca se debe abandonar el maravilloso mundo de la fantasía, porque siente, que ésta es la única manera de recuperar aquello que perdiera el día en que el sol despareció de su cielo  sin dar explicaciones, y no entendió por qué la luna se esforzaba tanto en brillar como el astro rey, pero no podía calentar sus ilusiones como ella siempre deseó que fuera. Andrea, mi amada Andrea, fue la única que con urgencia me pedía desamarrara las ataduras de aquella nave, donde se podían compartir ideas similares, porque el capitán de la misma hablaba su mismo idioma, el idioma que impone una soledad prematura, que le impide al botón de la más hermosa rosa expandir a plenitud sus pétalos para mostrarle a Dios su gratitud por darle la vida.

Mi nave esperó pacientemente a sus pasajeros, a que sus emociones se estabilizaran para no hacer de aquel maravilloso viaje, sólo una forma de escape de las rutinas de todos los días.

Mientras llegaba el momento tan esperado,  volteé a ver el estado de mi jardín, y contemplé, cómo los más hermosos botones de las flores más amadas, se resguardaban como yo de la inclemencia del frío, y apenas asomaban los primeros rayos del sol que nos calienta y alumbra a todos, mi espíritu solitario corrió a su encuentro para tomarlos de la mano y mostrarles el camino por donde suelo pasear; y así fue, como la brillante María Fernanda, la hermosa e inocente Valentina, la sobresaliente María José y el pequeño gran José Manuel, ensayaron conmigo lo que más adelante podría ser la ruta del mágico encuentro con el gran espíritu que cautivó a su abuelo.

 

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