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Esta costumbre mÃa de observarlo todo, mira abuela hermosa que te estoy viendo sentada en el primer escalón del portal de tus descansos, a eso de las tres horas después de haber servido la comida del mediodÃa; antes, por supuesto, habÃas lavado cuidadosamente tu larga cabellera, y mientras yo te contemplaba embelesado, MarÃa Elena, mi amada y joven esposa, amorosamente se encontraba cepillando tu fino pelo entrecano; y me pregunté ese maravilloso dÃa: ¿qué bonito serÃa, que el mejor de los pintores pudiera en su lienzo plasmar éste grato recuerdo?
Pero sólo estábamos los tres ahÃ, serenamente sentados; bueno, eso creÃa, porque en verdad, en ese momento de espiritual recogimiento, Él también se encontraba entre nosotros, sÃ, aquél que te habÃa obsequiado esas manos preciosas, que lo mismo tenÃan la fuerza para dejar reluciente un plato, que la moldeada superficie de los cazos de cobre, que el abuelo utilizaba en la carnicerÃa.
Y mira que las flores multicolores de tus geranios te sonrÃen, porque igual, están contentos de que tus nietos te prodiguen tan tiernos mimos; te mereces eso y más, porque de tu jardÃn y de tu gran descendencia, ni un sólo dÃa de tu vida te pudiste olvidar; por qué habrÃa yo entonces de olvidarte a ti abuela consentida, a tantos años de que el Señor te diera la paz para que lo acompañaras al otro hogar, allá en donde reina el amor por toda la eternidad.
Y tú MarÃa Elena mÃa, ¿tienes quién cepille hoy tu hermosa cabellera, hay un escalón en tu portal? igual de amorosa eres con tus nietos, y atiendes con el mismo afán todas sus necesidades.
¡Ah¡ esta costumbre mÃa de observarlo todo, me permite ver que Él, sigue estando tan cerca de los dos y nos invita a sentar, para que en un remanso de paz, yo pueda prodigarte también, con infinita ternura, los mimos de un esposo, y con ello, no te haga olvidar, que el pintor que plasmó en su lienzo nuestro amor, no olvidó poner en la pintura, a Dios nuestro Señor.
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