Hubo un tiempo en el que la llegada del viernes tenía mucho significado para mí; eran los tiempos de cuando, siendo estudiante de primaria, sabía que después de las clases del turno matutino, mi fin de semana empezaba a mediodía y si no tenía tareas pendientes, podría salir a jugar con los amigos del barrio; era también el tiempo de la secundaria, cuando me ponía de acuerdo con los cuates para jugar futbol o pasear en bicicleta, y ya en preparatoria, para acudir a los bailes que organizaban los compañeros de prepa en sus casas, o para salir con la novia a la refresquería o para cenar con ella unos taquitos de trompo en el Yalalag o unos sopes en las Burbujas del tío Quintero.

 

Era el tiempo de la universidad, cuando siendo estudiante foráneo, me ilusionaba regresar al terruño a pasar el fin de semana con
la familia. Después, llegó el tiempo de sentarse a la mesa, para apoyar en sus tareas a los hijos, y de esperar el siguiente día, para colaborar en las labores del hogar y apurarse para que no se hiciera tarde, para llevarlos a los juegos infantiles de Tamatán, o para pasear por la plaza Juárez, hasta llegada la noche, y llevarlos a cenar una hamburguesa del 8, y dos horas después dormir, para salir temprano el domingo a misa y posteriormente, preparar lo necesario para el día de campo en el río Corona en compañía de
los suegros y demás familiares.

 

Tiempo después, vendrían los fines de semana para atender a los nietos y repetir la historia como lo hacíamos con los hijos, aunque, cada vez se iban reduciendo los espacios para el feliz esparcimiento, debido a la inseguridad, debido a la escasez de dinero y otras veces, condicionados por el estado de salud.

 

Hoy, mis viernes por la tarde se van como llegan, en un abrir y cerrar de ojos; curiosamente, no los quiero para descansar como lo reclama ya mi mayoría de edad, hoy más que nunca, los quisiera disfrutar haciendo aquello que tanto me gustaba: una cordial reunión de amigos, mucha plática amena y una carne asada para la cena, con sus frijoles charros, botana y algo de beber, para que me haga olvidar, que actuar con tal rigidez entre semana, sólo me ha redituado estrés.

 

Algo cambió mi gran deseo de espera con ansia la llegada del viernes: mis mejores amigos se me adelantaron en el camino a la eternidad, mi amante esposa luce cansada, mis hijos preparan sus propios planes para disfrutar con sus amigos, mis nietos están creciendo y pierden el interés por estar con los abuelos, y yo, que estoy aquí anhelando vivir como lo hacía antes, no hago otra cosa que vivir de mis recuerdos