Es menester hablar en esta ocasión, de alguna anécdota relacionada con mi paso por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, esto, por el hecho de estar celebrando el 40 Aniversario de la Generación 72-77 de Médicos Cirujanos de la cuál soy un orgulloso miembro activo.

 

Tal vez, pocos de mis compañeros recordarán el hecho de que durante la cena baile de graduación, ya cuando todos estábamos muy animados, debido a…, sí, adivinaron, debido al gusto de estar todos festejando con nuestras
familias uno de nuestros mayores logros en la vida: graduarnos como Médicos Cirujanos y cumplir con haber hecho sentir orgullosos a nuestros padres.

 

Por cierto, en ocasiones, es tan difícil tener la oportunidad de poder disfrutar ese gran momento, fruto del esfuerzo conjunto, porque, amén de las dificultades propias de la carrera, el llevar a cuestas problemas familiares, económicos y emocionales, triplican el grado de dificultad para dar el cien por ciento de dedicación a los estudios, y los que como yo, íbamos con el sentimiento del vaso medio vacío, elevar nuestro ánimo en situación tan desventajosa, requería de tener una ilusión aún más grande que el deseo propio de ser un profesionista, o el anhelo de los padres por dar a su hijo herramientas indispensables para abrirse paso en la vida; para mí, el motor que movía mi vocación, era una promesa surgida del dolor, de la indiferencia, de la progresiva deshumanización de la medicina.

 

Decía mi compadre Antonio Ángel Beltrán Castro quien era el alumno no inscrito de nuestro grupo: “Prometer no empobrece, dar es lo que aniquila” y aunque mis anhelos no pudieron ir más lejos, siento que Dios me dejó como destino, el ser siervo de los marginados y los desamparados, soy pues, un médico pobre, para los pobres, obsequié diez años de mi ejercicio profesional privado, y llevo treinta y siete en el primer nivel de atención continuando con el mismo apostolado, y aún siento que pude haber hecho más si me hubiera preparado más; pero en esa pobreza de conocimiento, encontré una espacio poco atendido por el médico: El espíritu…

 

Pero, no cabe la menor duda, con qué facilidad cambio de tema, lo que yo quería decir, es que, en aquella fantástica noche de nuestra graduación iba también ocurrir un milagro, mi padre, que estaba distanciado del hogar, se reuniría con nosotros, y aprovechando la importante ocasión, nos anunciaría que volvería al hogar; pero aquella noche, donde todos derramábamos alegría y exhalábamos la esperanza, mi padre solicitó el micrófono, llamando con ello la atención de los asistentes al magno evento y cantó con su buen timbrada voz “Ojos Españoles”, y después… después la vida siguió su rumbo.

 

Dios bendiga a todos los médicos de la generación 72-77 presentes en la celebración del 40 Aniversario, y les dé el descanso eterno en su Santa Gloria a todos los que se marcharon anticipadamente.