Nada hay más frustrante que ir, con toda la voluntad y entusiasmo, a un festival o espectáculo de algún grupo o academia local, en un teatro, con lo que esto implica, y ser objeto de una terrible decepción, y no precisamente por la calidad de lo que vemos… sino por la calidad del público, que deja mucho que desear y nos lleva a aborrecer el evento.

Ciudad Victoria, pese a todo lo que han querido arrancarnos, tiene uno de los más hermosos y complejos teatros de la República Mexicana: el Teatro Amalia G. de Castillo Ledón, que se encuentra en el mismo Centro Cultural Tamaulipas, en el centro de la ciudad, justo enfrente del que fuera un gran teatro y hoy se ha reducido a ser el Palacio de Gobierno, también, con lo que ello ha implicado.

El Teatro ha sido empleado para conciertos, recitales, obras y más a lo largo de tres décadas, y ha sido objeto, insistimos, de los mejores comentarios, algunos, surgidos de grandes figuras.

Pero nada hay más deleznable que llegar al festival de tu hija y te encuentres con una fila de adolescentes, pubertas que, como locas histéricas gritan cuando salen sus conocidos –amigos, novios, hermanos o compañeros de clase- y con gritos propios de una arena de lucha libre o box, de un estadio de fútbol, echan a percer el intenso trabajo de un semestre o un año de clases.

Los desquiciados y neuróticos gritos de “Vamooooooooos Adriana!!!!”  o de “Tú puedessssss Carlooooooos! Inundan el ambiente y echan a perder el entusiasmo de muchos de los que vamos a disfrutar el espectáculo.

Esa gente, que no tiene costumbre de acudir a un recinto cultural y no sabe de que forma comportarse, toma cada butaca del teatro Amalia en una silla de arena de box y solo falta que, si no les guste algo, arrojen líquidos, cosa que no sucede no porque no lo hagan, sino porque les prohíben entrar con alimentos. Si no… quién sabe, la verdad.

Estos gritos de histeria, falta de ubicación, de educación, de conciencia, rebotan en los tímpanos de quien gusta de acudir a un teatro.

Recordamos cuando pequeños que nos enseñaban a aplaudir cuando la orquesta terminaba el concierto y no al finalizar cada movimiento de éste.  Falta educación musical, cultura, formación, y lo más triste es que hay gente que sale muy molesta criticando estas carencias y asegurando que por eso no dejamos de ser un “pueblo bicicletero”. Duele el comentario, pero no tenemos argumento para defenderlo.

Aquí procedería que las autoridades de Centro Cultural Tamaulipas, aparte de hacer los cobros por arrendamiento, entreguen una hoja de comportamiento a las academias, para que exijan a su público comportarse como si estuvieran en un recinto cultural y no en un mercado o una arena de lucha libre.

Y no es para ofendernos porque nos dicen incultos o faltos de educación, faltos de preparación para acudir a un recinto cultural, sino al contrario: hay que agradecer la observación y aprender a comportarnos. Alguien tiene que decirnos en qué nos equivocamos.

Y si nos molestamos porque nos comparan con aquel grupo muy renombrado y característico de quien no tiene cultura o educación estamos mal: agradezcamos que nos están enseñando a comportarnos como en cualquier parte del mundo.

Porque, de otra forma, no podríamos salir del pueblo sin hacer desfiguros –“Panchos”, dicen algunos- y mostrar el bajo nivel cultural que hay.

Es necesario que las academias y quien arrende el teatro ayude a que tengamos un mejor nivel cultural, y que esos gritos propios para un luchador o para un boxeador, para una pelea de barrio, se alejen de nuestros recintos culturales, porque se requiere estar a la altura de las circunstancias y educar a los nuestros, hijos, familiares en general, y los semejantes.

Finalmente, no solo van a aprender a bailar nuestros hijos, sino a mejorar su nivel como seres humanos, y eso incluye una mayor fuerza cultural, sin que lo anterior sea elitista, sino de mera formación básica.

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