Las doñas del barrio, mujeres todas hermosas, algunas con pocos años, otras  parecían solemnes retratos que colgaban de la pared, pero todas inspiraban el mismo respeto a propios y extraños y más a éste que en su momento en calidad de adolescente y fuereño, al verlas, de estar parado en la puerta, estirando los brazos, bostezando tal vez, con cierto temor fingía que se me olvidaba algo dentro de casa y retrocedía rápidamente, dejando pasar un buen rato para poder salir, sin sentir que al bajar los dos escalones y llegar a la  acera,  estuviera  pisando terreno privado o ser descortés debido a  desconfianza y mi evidente timidez.

Las doñas del barrio, me dieron cabida y poco después, la cordial bienvenida, ante la certeza de que yo era amable y cortés, algunas me adoptaron y convidaron en buena medida, al hacerme amigo y hermano de sus hijos sin ningún miramiento o doblez.

Las doñas del barrio, mujeres solidarias, amables y humanas, muy maternales, cuidaban a los hijos del barrio como buenas madres , ofreciendo hospedaje, ofreciendo cena o comida, ofreciendo consejos, orientando en forma debida, a los adolescentes inquietos que jugaban de noche y de día.

Hoy rindo un merecido homenaje a mujeres tan nobles, que un buen día  abrieron las puertas de sus hogares y su corazón, a aquella numerosa familia de Doña Ernestina y Don Salomón, en el glorioso barrio del 19 y 20  Zaragoza que fue testigo de la vida y pasión de tantas y tan maravillosas familias, que hoy siguen unidas  aquí y en la otra dimensión.

He aquí los nombres de las damas que motivaron mi inspiración: Doña Tulitas, Doña Lupita, Doña Carmen, Doña Irma, Doña Nina, Doña Margarita, Doña Cuquita, Doña Elvia, Doña Alejandrina, Doña Esther, Doña Remigia. Doña Ernestina.

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