La ciudad cobró vida, se despertó de esa rutina que hace olvidar lo importante y te absorbe en lo inmediato. Los detalles se hicieron presentes. Las emociones se reavivaron y las parejas se reconectaron.
El calendario nos señaló que había que celebrar el Dia del Amor y la Amistad, había que volver la mirada en busca de la sonrisa que motiva, de la palabra que alienta, de la mano que apoya, del cuerpo que da calor.
Las calles se inundaron del tráfico que precisa llegar, las esquinas del centro acogieron los puestos de rosas, poniendo al alcance de la mano la más tradicional de las expresiones de amor, los almacenes recibieron a cientos de enamorados que intentaban encontrar algún motivo que hiciera patente su sentimiento ante la persona amada.
Entre amigos, los mensajes saturaron las redes sociales. El sentimiento de amor y solidaridad flotó en el ambiente todo el día y aún por la noche, restaurantes repletos de listas de espera, dieron cuenta de ello.
No hay fecha en el calendario que nos haga más evidente nuestra necesidad de sentirnos amados, parte importante en la vida de otros. De enrolarnos en sus circunstancias y de compartir todo aquello que nos une.
¡Cuán importantes han sido mis amigas en el pasar del tiempo! Basta volver los ojos del alma para reencontrarme con mis años de juventud, viviendo con mucho entusiasmo mis primeras experiencias de matrimonio.
Fue entonces que el destino nos unió. Esposas de cuatro amigos inseparables desde su adolescencia, hemos caminado tan cercanas,como hermanas, por más de tres décadas. Compartimos sueños y esperanzas, contratiempos y desengaños que, en ese entonces, aparecían como nubarrones en el cielo, obscureciendo la ilusión de la fascinación primaria, donde la sonrisa y el correr de los niños nos envolvía en un mundo mágico de cuentos infantiles, haciendo que el tiempo pasara como en una nebulosa, apenas perceptible.
Durante muchos, muchos años, cada viernes era especial. No recuerdo en qué momento ni de quien fue la idea, pero de pronto nos vimos alternando nuestras casas para reunirnos como si fuera Navidad o Dia de las Madres.
Nos convertimos en una gran familia. Nuestros esposos se retiraban a platicar de política y cosas peores, como dicen; nuestros hijos disfrutaban tanto de sus juegos, que la convivencia trascendió a sus travesuras y a sus cuestionamientos infantiles al acercarse el fin de semana. Mami, ¿y ahora dónde nos toca la reunión? Ellos lo sabían, lo esperaban. Y nosotras también.
Nos hicimos aficionadas a jugar el Scrabble, un juego de mesa muy entretenido y de mucha creatividad que ponía a prueba nuestra paciencia y el respeto a las reglas que de vez en vez, nos pasábamos por alto, intentando ganar más puntos al construir palabras raras o poco conocidas.
Cómo reíamos. Realmente aquellas reuniones de fin de semana pasaron a ser como una especie de terapia familiar, donde la risa, en verdad, era el remedio infalible ante las anécdotas cotidianas del transcurrir de nuestras historias personales.
Aprendimos a cocinar, intentando preparar los platillos que nos gustaban, más allá de las tradicionales carnes asadas; y de vez en vez,nuestras citas dejaron la intimidad de los hogares, para salir a disfrutar del aire libre y la cercanía con los animales del rancho de mis compadres.
Vacas, cabras, perros, gallinas, eran el goce de los niños que aprendieron de cerca a disfrutar del campo y de todo lo que les ofrecía. Naranjos plenos de fruto y con solo estirar la mano podían saborear ese exquisito encanto que tienen las frutas recién cortadas.
Corrían en libertad, descubriendo los misterios de la vida, como cuando de pronto les tocaba coincidir con enjambres de avispas,que los hacían huir a tal velocidad, quepodían competir con las gacelas; o el rumiar incansable de alguna vaca, que sin fastidio movía su cola intentando alejar las moscas de sus caderas o alguna cabra embarazada, ogallinas que de pronto ponían un huevo o cuando los trabajadores sacaban la leche de la ubre antes de que mamaran los becerros.
No, no era necesario que fuera un día especial, ni que tuviéramos algún acontecimiento para celebrar. Vivíamos enrolados cada uno en sus propios compromisos de trabajo y esperando que llegara el fin de semana para volvernos a reencontrar y seguir entretejiendo nuestras vidas.
¡Cómo extraño a los que se han ido! Nuestros hijos crecieron, algunos ya formaron sus propios hogares.
Recito de Pablo Neruda uno de sus versos llena de nostalgia, “Nosotras, las de entonces, ya no somos las mismas”, pero seguimos disfrutando del cariño y la lealtad de tantos, y tantos años, como el principal antídoto para la soledad que llama a la puerta.
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