¿Le gustaría tener un potente automóvil de lujo en su cochera?
¿Le gustaría ser un opulento millonario?
Las respuestas son obvias. Con seguridad sí le agradaría. Por lo menos a la gran mayoría de personas.
Ahora suponga que ese vehiculo sofisticado no tiene combustible –gasolina o electricidad– para disfrutar el placer de conducirlo.
Suponga también que con todo y su virtual fortuna, usted viviera en un desierto o en una isla solitaria donde sus pesos, dólares o euros valdrían menos que un puñado de cacahuates.
En esas circunstancias, los dos bienes, el auto y el dinero, servirían para lucirse como un potentado, pero en los hechos serían un motivo de frustración.
¿Por qué pensar en semejantes escenarios?
Bueno, algo parecido podría suceder con el caso de la presa Vicente Guerrero y la segunda línea del acueducto, el mismo que con tanto afán han buscado varios gobiernos y cabildos en Tamaulipas y Victoria, respectivamente.
Por supuesto que nos encantaría a quienes residimos en este rincón del Estado, contar con ese flamante y moderno acueducto que reemplazara a las achacosas tuberías que más de tres décadas después de ser construídas, un día sí y otro también se revientan, sufren fracturas y nos hacen la vida de cuadritos a cientos de miles por la falta de agua.
Así que con los pies en la tierra, permítame formular una pregunta:
¿De qué nos servirá a los victorenses y vecinos regionales un acueducto de primer mundo, si no tendría agua para transportarla por la sencilla razón de que la presa esté vacía o en permanente peligro de secarse por la falta de lluvias?
La voz popular tiene la respuesta: Para tres cosas: Para nada, para nada y para pura…después terminamos la frase.
No es mi objetivo deslegitimar el esfuerzo que se ha realizado y se realiza para conseguir esa nueva línea de abasto. Tampoco quiero ser pesimista a ultranza y condenar anticipadamente en mi imaginación al Estado a seguir siendo víctima de una sequía que año tras año se agudiza. Por el contrario, quiero ser optimista y esperar que los cielos abran sus compuertas y devuelvan a la Vicente Guerrero su esplendor.
Pero la terca realidad cala en los huesos. La falta de lluvias en la mayor parte de nuestra patria chica ha sido la constante en los años cercanos y el cambio climático aventura secuelas aún más dañinas. En este caso, contrario a lo que asienta una frase popular, no se vale soñar.
Por eso, celebro que el gobernador Américo Villarreal Anaya no ponga todas las manzanas en una canasta y haya abierto el abanico de opciones, en busca de fuentes hidráulicas que otorguen certeza de contar con el líquido, como son pozos y mantos profundos, así como una serie de posibles soluciones que no drscansen plenamente en la disponibilidad de la presa.
Festejo también que el mandatario haga énfasis en impulsar el acueducto que partiría del río Pánuco y abastecería precisamente a la presa Guerrero en su trayecto hacia la zona norte y a Nuevo León. De concretarse esta obra ya podríamos echarnos en una hamaca, dejar de rezar por las precipitaciones pluviales y olvidarlos de la sed que empieza a ser por desgracia en esta zona, la normalidad.
¿Entonces sí es válido buscar el segundo tendido de la presa hacia Victoria?
Siempre en mi opinión, sí lo es, pero ese valor sólo sería tangible si “la Vicente”, como la llamamos los habitantes locales, recibe primordialmente el recurso del río Pánuco o de otro río cercano como pretende un viejo proyecto arrumbado.
Si se apuesta sólo a las lluvias, lo más probable es que en el futuro cercano podamos presumir de tener un acueducto capaz de llevar agua a la zona centro durante 30 años más, pero con una condición insalvable:
Sí, que tenga agua la presa.
Y eso para la naturaleza, hasta ahora parece mucho pedir…
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