Hay una hora del día, en la que acude a mí lo que he dado en llamar la soledad de mi todo, donde el espacio en el que me encuentro, a pesar de ser muy amplio y concurrido, se percibe vacío, es un momento en el tiempo, donde confluyen los anhelos, los sueños y los recuerdos, para construir los pensamientos que alimentan la nostalgia.
Hay una hora del día, en la que me dejo llevar por el viento y no la fuerza creativa que mueve con su energía a mi espíritu combativo para darle a mi vida una razón de ser y de existir.
Hay un momento del día, en el cuál, cierro los ojos para soñar despierto y así poderme trasladar al sitio donde cualquier ser vivo me daba un motivo para tejer la esperanza que le diera sustento a mi ser consentido.
Hay un momento del día, en el que logro detener la marcha, que cada vez se agiganta ante la necesidad de establecer una relación de confianza que me haga creer que aún hay mucho por hacer para fortalecer la alianza que restablezca el orden en la comunidad en que vivo, y que no avanza en humildad y saber.
Hay un momento del día, en el que la soledad de mi todo, me hace parecer una entidad aislada sin esperanza, que vive en un mundo de desesperanza por los continuos conflictos que surgen por la maldita ignorancia.
Hay un momento del día, en el que sólo quisiera ver sonreír a la gente que cree estar viva por el sólo hecho de existir y vive abrumada y perdida en un ambiente tan gris, que piensa que vino a la vida a sufrir.
Hay un momento del día, en el que quisiera que los bellos momentos que alegraron mi vida, se volvieran a repetir, para poder retenerlos por siempre, y llenar el vacío con las risas de adultos y niños, de padres e hijos, de abuelos, de amigos, que ha dejado tan solo a mi todo, para tan sólo existir.

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