Hablar de educación en México debería ser motivo de esperanza, sin embargo, el debate actual en torno a la Nueva Escuela Mexicana (NEM) y los “nuevos” libros de texto gratuitos ha encendido más alarmas que entusiasmos. Lo que se presentó como un modelo “humanista, inclusivo y transformador” ha derivado, en la práctica, en una crisis silenciosa que afecta directamente a millones de niñas, niños, adolescentes y docentes.
La educación pública es una de las herramientas más poderosas para construir ciudadanía, justicia social y desarrollo. Pero para lograrlo, requiere planeación rigurosa, contenidos sólidos, respeto a la ciencia, y un profundo compromiso con la formación crítica y ética del estudiantado. Nada de eso se garantiza cuando los materiales entregados a las escuelas están plagados de errores, improvisaciones y omisiones graves.
Los nuevos libros de texto —que comenzaron a distribuirse en el ciclo escolar 2023–2024— han sido duramente cuestionados por especialistas, docentes, padres de familia y organizaciones civiles. No se trata de un capricho ideológico ni de resistencia al cambio: las críticas se basan en hechos verificables.
Un análisis del Observatorio Ciudadano de la Educación reportó más de 180 errores de contenido y ortografía en los libros de primaria. Pero los problemas se extienden también al nivel secundaria, donde los docentes hemos encontrado fallas graves de organización temática, saltos abruptos entre conceptos, y desarticulación entre los materiales de distintas asignaturas, dificultando la planeación por campos formativos.
Además, los errores de impresión y edición no son menores: libros con páginas duplicadas, contenidos desfasados, actividades inconclusas, imágenes sin descripción o fuera de contexto, y ausencia de bibliografía que respalde los contenidos. En algunos planteles, incluso se reportó la entrega de materiales equivocados a grados incorrectos, lo que generó confusión desde el primer día de clases.
La NEM también ha generado inquietudes por su enfoque ideológico. Algunos sectores acusan un sesgo político en los contenidos, así como una intención de formar “conciencias sociales alineadas” en lugar de fomentar el pensamiento crítico, la autonomía intelectual y la pluralidad de ideas. Esto no es menor: la educación no puede ser utilizada como herramienta de adoctrinamiento, venga de donde venga el poder.
Los libros de texto gratuitos han sido durante décadas uno de los pilares más nobles de la política educativa mexicana. Fueron símbolo de equidad, de acceso universal al conocimiento, y de la responsabilidad del Estado para formar a las futuras generaciones, convertirlos hoy en instrumentos mal hechos, polémicos o cargados ideológicamente es una traición a ese legado.
No se trata de rechazar todo cambio, claro que el sistema educativo necesita renovarse: urge adaptarse al mundo digital, al pensamiento complejo, a los desafíos ambientales y tecnológicos, pero ninguna transformación real puede surgir de la improvisación, del secretismo ni de la exclusión de los actores educativos. Lo que hoy vivimos con la NEM no es una revolución educativa, es un ensayo fallido que pone en riesgo el derecho a aprender.
Escribo estas líneas no solo como columnista y consultora política, sino como docente en una escuela secundaria pública de Tamaulipas, donde día a día enfrentamos los efectos reales de estas decisiones.
Conozco el esfuerzo de los maestros, la incertidumbre de los alumnos y la preocupación de las familias, por eso este texto nace desde la experiencia directa, desde el aula, y con la convicción de que la educación merece respeto, diálogo y responsabilidad.
La escuela pública necesita claridad, no confusión; contenidos útiles, no ocurrencias; formación crítica, no adoctrinamiento.
Porque enseñar es formar conciencia. Y una conciencia educada no se doblega.