No somos los adultos mayores los únicos que estamos sintiendo pesar durante el cautiverio, lo veo y lo siento en la mirada de mi familia, sobre todo la de los nietos más pequeños, a pesar de que nos conectamos por video llamada y otra aplicación del teléfono celular, no necesitan decir nada, todo se expresa mediante la mirada; y aunque habría que reconocer, que el quedarse en casa nos aleja de la posibilidad de un contagio, llevar al pie de la letra las indicaciones emitidas por las autoridades de salud, no deja de ser un factor que va erosionando nuestra capacidad para tolerar el aislamiento y evidenciar cambios significativos en nuestro estado de ánimo; por ejemplo hace un par de días mi hija María Elena y su esposo tuvieron que llevar a pasear a mis nietos María José y a José Manuel, al llegar frente a nuestra casa tocaron el claxon del auto y salimos a verlos, apenas bajaron los vidrios de las ventanillas, y ambos se asomaron para saludarnos, María se conformó rápido y volvió a su asiento, pero José sacó medio cuerpo por la ventanilla y estiró lo más que pudo su brazo derecho para saludarnos, pero nosotros nos manteníamos a una distancia de dos metros, como no nos acercábamos el niño se entristeció y su mirada denotó este sentimiento, para que no insistiera nos despedimos de ellos y todavía José se fue algunos metros más sacando su brazo hasta que cerraron la ventanilla. Lo mismo pasó con nuestras nietas Fernanda y Valentina, acostumbradas a bajar del auto y pasar a nuestro hogar, ahora no lo hicieron, se fueron rápidamente. En ambos casos la abuela de los niños no pudo disimular con la mirada la tristeza de no poder abrazar y besar a sus nietos.
Cuando hago contacto con mi madre por la misma vía, ella al principio abría sus ojos tratando de vernos en la pantalla y con el paso de los días se conforma sólo con escuchar nuestra voz.
Hace uno días mi esposa me dice: Me siento tan cansada; trato de distraerla diciéndole que no es para menos, pues el trabajo de la casa no termina nunca, pero puedo ver en su mirada, que detrás de esa sensación de fatiga se asoma la depresión, igual le aparecen dolencias en varias partes de su cuerpo, pierde el apetito, o presenta insomnio, y desde luego el característico llanto fácil. En cierta ocasión le llamó una de nuestras hijas, platicaron largamente sobre la situación que se vive en el hogar, sobre todo la evidente ansiedad que presentan sus hijos, las frecuentes fricciones entre ellos, donde cualquier juego termina en discusión, el aumento del apetito, el desgano para su arreglo personal o para levantarse temprano de la cama, en fin, serios cambios de ánimo y su conducta. En ocasiones mis hijas le dicen a su madre que afortunadamente ella me tiene a mí, aludiendo mi fortaleza espiritual, mi esposa desconecta el altavoz del celular y apenas le escuchó decir: Frecuentemente veo la tristeza en la mirada de tu padre, sus ojos se ven rojizos y húmedos, y aunque no lo veo llorar, cuando se lo hago saber, finge estar bostezando, se talla los ojos y toma una servilleta para sonarse la nariz.
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