En las campañas electorales aflora lo mejor y lo peor de la política, porque se muestran al desnudo las ambiciones de poder de la llamada “clase política”, protagonistas y actores que se han esmerado por distorsionar y degradar el servicio público, el bien común y la búsqueda de la felicidad de la ciudadanía.

La campaña electoral se ha vuelto una cacería apuntalada por el desarrollo de la mercadotecnia política para motivar las emociones que mueven al electorado hacia un rostro, un eslogan o una promesa retórica, campañas de publicidad y “obra pública de relumbrón” para seducir y atraer el voto ciudadano, surgiendo la nueva casta de “operadores” de la campaña, que de manera profesional y mercenaria, salen a la cacería del elector sin importar colores, convicciones e ideologías, son los que venderán al mejor postor sus habilidades, trucos y artillería para triunfar a cualquier costo sobre sus rivales en cada elección.

La forma ideal de gobierno establecida por el “capitalismo occidental” ha sido la república democrática, donde de acuerdo con el concepto de la filosofía política clásica, se realizaba mediante “el gobierno del pueblo, para el pueblo”. Surgía del poder de la ciudadanía para elegir y ser representado en el poder legislativo, en el poder ejecutivo y en el poder judicial.

Con el correr del siglo 20 y el inicio del 21 se han ido reformando y mejorando los sistemas electorales y de las organizaciones políticas para ampliar los derechos políticos a las minorías raciales, a las mujeres, a los jóvenes. Además, se establecieron fondos para hacerlas más equitativas, institucionalizaron la representación proporcional de las minorías, la gobernabilidad de las mayorías, los organismos autónomos para hacer equilibrios y contrapesos previniendo los abusos de poder de quienes ocupan los gobiernos.

El problema, ahora, es que el poder ciudadano emergente está desplazando a las minorías poderosas que controlaban los medios masivos de comunicación y por tanto la información; son las minorías que disponían de los recursos económicos y usaban a los partidos y organizaciones políticas para subordinar a los gobernantes que ponían y quitaban a voluntad y placer. De esta forma los grupos económicos poderosos aseguraban sus privilegios, concentrando el poder económico y político en cada estado y desde luego en la presidencia de la república.

Con el surgimiento de las redes sociales en la internet, las comunidades virtuales independientes, la libre y masiva difusión de las “noticias” y la información, emergió una nueva ciudadanía en el siglo 21 que decidió cambiar el estado de cosas y empezaron nuevas manifestaciones del poder social, del poder político y desde luego ensayos de gobierno que no responden a las viejas minorías que dominaban a las mayorías con la “legitimidad” del voto efectivo y la abstención masiva.

De este nuevo bloque de la historia “digital” surgió una ciudadanía que ya no es posible engañarla con trucos y simulaciones electorales revestidas y maquilladas con la mercadotecnia y la publicidad maniquea, logrando proyectar o destruir a los “lideres sexenales”, que finalmente acababan arrojados al olvido o en el pozo del escarnio público auspiciado por sus antiguos aliados y sucesores en el poder de turno.

En el contexto de la crisis de los modelos urbanos desordenados, de los cinturones de miseria y el abandono del medio rural y de la emergencia de las “benditas redes sociales” y de “las comunidades virtuales de la esperanza” que caracterizaba el sociólogo Manuel Castell para describir el horizonte del siglo 21, surgen los liderazgos latinoamericanos como Lula de Silva en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Néstor Kirchner en Argentina, José Mújica en Uruguay, Rafael Correa en Ecuador e incluso Justin Trudeau en Canadá y Barak Obama en EUA; finalmente, pero no menos importante, surge y triunfa el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador en México. Así que todo esto no es un accidente o un “capricho de la historia”, hay una respuesta social e histórica de los procesos democráticos para transformar una realidad injusta y empobrecedora de la gran mayoría de la población en la búsqueda de superar la desigualdad social, económica y política, así como cualquier forma de discriminación o restricción a los Derechos Humanos universalmente reconocidos, entre los cuales las libertades políticas y el derecho a la autodeterminación de los pueblos es la tendencia dominante.

En esa coyuntura de la historia, se pone a prueba el compromiso de AMLO de transformar pacíficamente -por la vía electoral- el régimen político, esto es cambiar la forma de gobernar, así como la estructura y regulación de “los aparatos de gobierno”, lo cual requiere hacer los procesos políticos de manera diferente. Este es el caso de las elecciones concurrentes del cambio del poder legislativo federal y local, así como de los miles de ayuntamientos y una quincena de gobernaturas que se lleva a cabo actualmente.

En estas circunstancias nos podemos explicar las manifestaciones de horror y odio que se desprenden de “organizaciones civiles” patrocinadas por los viejos grupos de poder económico y político que controlaban al PRI y al PAN, a la TV privada y sus monigotes políticos, a los “lideres de papel”, que reclaman el “equilibrio de poderes”, cuando ellos dominaban a su antojo a presidentes, gobernadores, alcaldes, legisladores, jueces, sindicatos blancos y hasta grupos de la delincuencia organizada, por no mencionar a los poderes eclesiásticos e incluso parte de los cuerpos militares.

En este escenario es donde se revelan y se vuelven visibles los falsos e hipócritas llamados a respetar el voto del PRI y PAN, cuando ellos no lo respetaron durante el uso y abuso del poder que detentaban, ahora se muestran al desnudo sus falsos debates sobre la legalidad, cuando los derechos y libertades políticas eran violentadas a voluntad de los poderosos del dinero y el PRI Y EL PAN se hacían los disimulados, para seguir gozando de las canonjías otorgadas.

Ahora que se critica y se denuncia desde la presidencia el fraude electoral, la compra y condicionamiento del voto, ahora que se condenan desde la presidencia las prácticas para corromper los órganos electorales ciudadanos, instalando en sus vocalías a los incondicionales de los poderosos, ahora que se señalan los financiamientos ilegítimos de las campañas, ahora levanta la voz la hipocresía ilustrada y bien pagada de algunos “intelectuales organizados”, y se desgarran las vestiduras para mostrar su naturaleza democrática, pero lo único que ha quedado claro es su hipocresía política, su ambición para conservar el poder seguir haciendo negocios y dinero rápido, capitales y fortunas sexenales y en general para conservar sus privilegios.

Desde el punto de vista de los poderosos que se ven desplazados por los nuevos liderazgos sociales democráticos y populares, ellos están actuando de acuerdo con sus intereses y conveniencia. Lo que no puedo justificar, ni acabo de entender, es cómo hay gente “de bien”, familias educada en valores cristianos y en las buenas costumbres que están dispuestos al autoengaño, asumiendo los miedos al cambio inducidos por la élite de privilegiados, gente sin escrúpulos que justifica su respaldo a quienes desvían los recursos públicos para sus negocios particulares o familiares, no es posible que la gente decente apoye a quienes abusando del poder impusieron el nepotismo y el compadrazgo para hacer negocios a costa del bienestar y del deterioro de los servicios públicos, del abandono de los hospitales, a la degradación de la educación y a la reproducción de la injusticia y la desigualdad social. Ya no se puede tolerar la corrupción, ni el uso del poder y del dinero para imponer gobernantes, la nueva ciudadanía está emergiendo para transformar el régimen anterior.

Numeralia:
Población ocupada total en Tamaulipas 4º Trimestre 2020 = 1,631,206; según su ingreso:
• Hasta dos salarios mínimos: 1,229,529 = 75.3% de los ocupados.
• Más de 2 salarios mínimos y hasta 5 salarios= 275,950 = 17% de los ocupados.
• De 5 salarios mínimos= 25,012 = 1.5% de los ocupados.
• Más de 10 salarios mínimos:4,585 = 0.28% de los ocupados.
Salario mínimo en el 2020: $123.22