Todos los días paso frente a las grandes obras de arte que hicieron mis hijos cuando de niños asistieron al Taller Infantil de Artes Plásticas en Ciudad Victoria, Tamaulipas, de la pintora Olivia Malibrán y el escultor Salvador Castillo, muy queridos y siempre recordados.

Muchos años me han acompañado en la decoración de la casa, de tal forma que se han ido quedando como las huellas de un camino recorrido y que no me canso de volver a caminar.

Todavía recuerdo con cuánto entusiasmo acudían a sus clases y como cada uno de sus cuadros fue creado en un momento especial de su vida.

El taller era un espacio muy acogedor, donde anidaban pequeñas obras de arte que se multiplicaban como resultado de un proceso creativo, producto del trabajo de un puñado de niños que intentaban dar forma a sus emociones a través del pincel y el barro, reflejo de un cúmulo de sensaciones conectadas en el trazo o el modelado, de lo que su imaginación proveía.

Los más pequeños empezaban a introducirse en el conocimiento de los tonos que daba la mezcla de los llamados colores básicos, y empezaban a aprender a enfocar su atención sobre determinadas figuras tan simples como una pera, una naranja, un jarrón o una flor.

Cuidadosamente, con movimientos lentos, con su mirada perdida en un mundo imaginario, dejaban fluir sus sentimientos a través de suaves movimientos.

Concentrados frente a un lienzo, pincel en mano, algunos más avanzados, plasmaban poco a poco en los dibujos previamente delineados, una mezcla de tonos y disfrutaban la magia del resultado. Paulatinamente se alejaban de las formas definidas, intentando captar algún detalle en especial que daba originalidad a su obra que contenía paisajes, animales, flores, y algunas composiciones artísticas que emulaban los posibles comienzos de los más grandes exponentes de la pintura universal.

Se sentían muy orgullosos al ver terminados sus cuadros y aún más al verlos formando parte de la gran exposición que al final del curso, la Maestra Oli organizaba seleccionando lo mejor de cada niño, en el Atrio del Centro Cultural Tamaulipas, como una forma de visibilizar su esfuerzo y desarrollar en ellos la satisfacción del reconocimiento.

Padres y maestros, amigos y familiares gozábamos de lo alcanzado. Lienzos en óleo, dibujos en pastel o acuarelas, desarrollados en diversos estilos, con los más variados temas, con la aplicación de diferentes técnicas aprendidas a lo largo de los meses, eran motivo de gran satisfacción para los pequeños grandes artistas.

Y qué decir de su experiencia con el barro. Era Chava, como así le decían los niños, un maestro de la cerámica y la escultura, muy motivador, un gran impulsor de genios infantiles que descubrían que con sus manos podían dar forma a su imaginación creadora, y por supuesto, no podía faltar al final de cada clase, en el tiempo de espera de que los recogiéramos, la recompensa tan esperada, la convivencia con sus maestros, acompañada de un vasito lleno de “lagrimitas”.

León Tolstói, novelista considerado uno de los mayores exponentes del realismo ruso, uno de los escritores más importantes de la literatura mundial, consideraba que el arte, no es una manualidad, sino la transición del sentimiento que el artista ha experimentado y Anselm Kiefer, pintor y escultor alemán, aseguraba que el arte es anhelo. Nunca llegas, pero sigues avanzando con la esperanza de llegar.

Los pedagogos por su parte, afirman que el arte también funciona como un canal de comunicación, una oportunidad para que los niños aprendan a expresarse, a desfogar sus emociones o frustraciones y sobre todo, como una muy buena opción para aquéllos que son hiperactivos o tienen problemas de déficit de atención, ya que los estimula a concentrarse en un objetivo definido y a desarrollar sus habilidades para manifestar su propia realidad a través de la observación, no solo de lo externo, sino de sus propias experiencias.

Posee además una función formativa de tal manera que puede llevar a modificar la conducta, mediante la vivencia de pensamientos, sentimientos o ideas, que se plasman en un lienzo o en un pedazo de barro, abriendo la puerta a su ser interior y permitiendo su desarrollo integral.

Reconozco los beneficios que disfrutaron mis hijos entre juegos y risas, a través de su acercamiento a edad temprana al arte, a la forma y los colores, de la mano siempre cariñosa y afectiva de la maestra Oli y el extrañado maestro Salvador. Ello facilitó el camino a su vocación y a su realización profesional.

Infinitamente agradecida.

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