Corrían los meses previos a la salida de Francisco García Cabeza de Vaca como gobernador de Tamaulipas. Soplaban vientos de elecciones.

En plática de café en un círculo cerrado, un viejo amigo templado en mil batallas en las urnas, dejó caer su percepción de lo que según él sería un viacrucis para el siguiente Ejecutivo, si quien ganaba la silla del poder en el Estado resultaba alguien ajeno al grupo del panista.

En apretado resumen, puso sobre la mesa un escenario ominoso:

“Cabeza tiene todos los amarres hechos, controla a la UAT, al Congreso Local, al Supremo Tribunal de Justicia, al Fiscal General de Justicia, al Fiscal Anticorrupción, al Auditor Superior y a una larga fila de alcaldes”, dijo.

Y sentenció: “Si gana el candidato de Morena va a pasar las de Caín”.

La historia ya la conocemos: Ganó Américo Villarreal Anaya. Y en un principio todo indicaba que su mandato estaría en forma permanente bajo el amago, maquinaciones e intentonas de control del cabecismo. Y sí, así fue. Al principio.

¿Qué sucedió?

Quien se creía genio del mal y modelo de perversidad política, muy poco disfrutó de sus andanzas. Poco a poco fue perdiendo las plazas que consideraba y acabó en el último escalón político. Ni siquiera una diputación hubo para él.

Hoy el cabecismo ya es sólo una página del anecdotario negro de Tamaulipas. el ex gobernador grita y manotea, pero no asusta ni a sus mascotas, si las tiene.

La realidad demostro lo que siempre hemos sabido en una frase lapidaria:

El poder no se comparte.

¿Por qué revivir estas palabras?

Podrán decir que son escenarios muy diferentes, pero como decía Jesús Reyes Heroles, en política la forma es fondo.

Guardadas las distancias, un escenario similar se vive hoy en el gobierno federal saliente y en el entrante. Lo diré más claro: Entre Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, presidentes en funciones y presidenta electa respectivamente.

Veo, escucho y leo que hoy todos o casi todos avizoran un camino lleno de espinas para Claudia. La ven cercada desde ahora por instituciones, legisladores, gobernadores, partidos y un sinnúmero de actores. Hay que decirlo, hasta por el mismo presidente.

Es casi lo mismo que el panorama que muchos también adelantaban para Américo Villarreal. La forma parece diferente, pero el fondo es el mismo: El uso del poder.

Es cuestión de tiempo. Más temprano que tarde, es mi percepción, Claudia tomará lo que le pertenecerá por seis años: El control del país.

Esos diputados y senadores morenistas tan fieles al rey en agonía, en su momento agacharán la cabeza frente a Claudia, cuando sea su mano la que dispense favores, valide acciones, premie lealtades y les conceda la oportunidad de vivir como jeques durante el sexenio.

Gobernadores, legisladores, militares, alcaldes, dirigentes partidistas, todos, caerán bajo el peso del nuevo sol.

Conoceremos a corto plazo a la verdadera Claudia. Muchos se acordarán ta vez del solitario que viva en una finca chiapaneca, quien olvidó que esto es México, donde rige, lo cito una vez más, esa sentencia:

El poder no se comparte.

La historia suele ser la misma, cambia de escenarios y de actores, pero en su mayor parte sólo se recicla.

El tiempo, acostumbra decir Carlos Salinas de Gortari, pone a cada quien en su lugar. Y no creo que vaya a cambiar esa visión…

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