Pasada la parafernalia del reciente suceso magno de la Universidad Autónoma de Tamaulipas –informe rectoral y al mismo tiempo protesta de su nuevo sol– me parece oportuno exponer lo que en mi juicio es el balance más importante de ese doble evento.

No es tarde para ponerlo sobre la mesa.

No sé si otros compartan esta opinión, pero en lo personal me parece que la ceremonia en la cual José Andrés Suárez Fernández se convirtió en el nuevo rector a partir del 2018, dejó una lección sobre el escenario.

Valiosa lección, debo remarcarlo.

En sus primeras palabras públicas ya con esa investidura, la virtual primera autoridad ejecutiva de la UAT dio a propios y extraños una muestra de la madurez universitaria que tanto quisiéramos encontrar en otras esferas del poder.

“Llego con el objetivo de darle continuidad a un proyecto”.

¿Por qué considerar trascendente esa meta en algo que tiene toda la marca de un manoseado cliché discursivo?

Porque lo sobresaliente no es lo que dijo Suárez Fernández, sino lo que no dijo. El nuevo rector, como asienta el lenguaje coloquial, no se fue por la libre.

Más claro:

No cayó en la trampa del camino fácil de satanizar a quien sustituye, no aprovechó el foro para el lucimiento personal a costillas de quien le hereda el poder, no trató de minimizar el trabajo de quien se va. En resumen: no empezó a construir su período destruyendo al que releva.

El simple hecho de utilizar la palabra “continuar” presupone que ya existe un camino aprovechable, positivo. Reconocerlo, sea o no acto de justicia, es un acto de madurez. Y eso es lo que necesita la máxima casa de estudios tamaulipeca.

¿Significa lo anterior que no se han cometido errores en la UAT?

No lo veo así. Nadie es perfecto y desde luego el rector saliente Enrique Etienne dista mucho de serlo, pero al igual que el alumno que no siempre obtiene un diez, lo importante es haber hecho el máximo esfuerzo por obtenerlo. Eso es lo que se debe reconocer para valorar lo bueno que se recibe.

Me agrada esa muestra de urbanidad en la política universitaria. Esa lección debería ser la base de una asignatura obligada para todos los protagonistas del quehacer público en México.

Y por supuesto, en Tamaulipas…

AL DESNUDO

Y hablando de universidades.

Días atrás escuché y presencié en un video lo sucedido entre un aspirante a candidato independiente a la Presidencia de la República –Pedro Ferriz de Con– y un estudiante de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Quizás usted conoce el pasaje, en el cual Ferriz llamó “pendejo” al alumno, por cuestionarlo sobre si equivocarse en su vida privada, la del primero, no es una señal de que lo haría también en la pública.

En lo personal, me queda de lo anterior dos certezas y una buena noticia.

Las primeras son la imprudencia, tanto de quien interpeló como de Ferriz. El primero porque mostró su falta de respeto a un problema íntimo y el segundo porque enseñó ausencia de control en sus emociones. Y estando sobrio.

¿Y la buena noticia?

Es que buena parte de los mexicanos conocieron al desnudo la personalidad de Pedro Ferriz. Un hombre soez e intolerante que desde los primeros días del gobierno de Enrique Peña dijo que “había llegado a la Presidencia un pendejo”, epíteto que se nota, forma parte importante de sus “argumentos” para debatir.

Sujetos como Ferriz, que han amasado una fortuna a la sombra de los círculos priístas del poder, contaminándose a placer de la corrupción que tanto fustiga ahora, son sólo demagogos oportunistas que se deben hacer a un lado.

Qué bueno que habló así. Qué bueno que se quitó la careta…

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