Caminaba tan plácidamente al lado de mi Maestro, por un florido campo, el viento suave y fresco movía su cabello como se mueve un campo de trigo bendecido por el rocío, en un hermoso amanecer, y me preguntaba a mí mismo ¿qué más puedo pedirle a la vida, con tan divina compañía?
Y voy disfrutando al máximo, lo que nos ofrece la maravillosa naturaleza, que al paso de mi Señor, no puede disimular su gozo e igual se alegra. Iba tan absorto escuchando su palabra, cuando de pronto tropecé con una piedra y me vi tendido en el suelo probando el sabor de la tierra; el Maestro detuvo su marcha y pregunta si me hice algún daño, y yo sonriendo le dije que sólo tomaba un baño de polvo del camino, para no olvidar que por aquel bendito sendero caminaba yo a su lado.
Mas tratando de disimular mi torpeza, le pedí a tan grande Señor, que paráramos a un lado de la brecha, para sentarnos bajo la sombra de un frondoso árbol y descansar sobre su grueso tronco la cabeza. Él me miró sonriendo, y accedió con tal nobleza, y sintiendo yo vergüenza de tan osada petición, él me dijo por respuesta: Sentémonos pues Salomón, que también mis pies necesitan descanso, o acaso crees que yo no me canso. Y estando tan cómodos los dos en ese lugar de paz, antes de que yo pudiera hablar, me dijo: Pregúntame lo que quieras ¿de qué me quieres hablar? Del incidente, mi Señor, ocasionado por mi torpeza.
A lo que tan noble Señor contestó: ¿Acaso no te dolió con el golpe la cabeza? Ciertamente, que por un momento, el golpe me aturdió, pero más tardé en ponerme de pie, que en recuperar de nuevo mi firmeza. ¿Y qué aprendiste de la lección, mi buen Salomón? La verdad, que yo nunca pude imaginar, que al ir tan contento y tan confiado a tu lado, pudiera yo caer. ¿Pensante acaso que yo te iba a detener para que no te hicieras daño?
No, mi Señor, pensé que si caía era porque de ello algo tenía que aprender ¿tal vez, que debería haber tenido más fe? ¿Tal vez, que debería con ello saber, por dónde iba pisando? ¿Tal vez, que no merecía ir a tu lado caminando? Jesús sonrió por la agilidad y ocurrencia de mis respuestas y me dijo: ¿Por qué no me preguntaste lo que en verdad querías?
La verdad… me pareció una imprudencia. Pues en la imprudencia esta la respuesta, Salomón. ¿Acaso tu pregunta trataba sobre la ignorancia y la prudencia?
Hoy que el pueblo pasa por una dura prueba de fe, donde ha quedado en evidencia, que ignorar las consecuencias de una real amenaza, no pone a salvo ni al más letrado, ni al más ignorante, pues ambos, en su forma de ser, siguen sin entender que para quedar a salvo, sólo necesitan amor desinteresado, amor por ellos mismos y por su prójimo, porque el que dice ser dueño del conocimiento más preciso, pensando que le hace bien al planeta, deshacerse de los enfermos, de los viejos, de los mal nutridos, de la pobreza en sí, no sabe que en el pecado lleva la penitencia; y qué decir del ignorante, que no por estar en aparente total pobreza, no sabe que su riqueza es más abundante que la que da el dinero, y en su postura arrogante, desafía también a la naturaleza, pero se da por confiado y elude por consecuencia, las recomendaciones, para mantener su vida a salvo.
Ahora dime tú, si tu caída fue por ignorancia, o por no tener prudencia. Ahora levántate y sigamos caminando, que por el camino irás aprendiendo, lo que necesitarás para seguir caminando.
enfoque_sbc@hotmail.com