Hace unos días, al llegar del trabajo me dirigí a mi taller literario para dejar el portafolio, pero se encontraba cerrado, entonces le pregunté a mi esposa por qué había cerrado, y ella me contestó que María José nuestra nieta de 6 años se había encerrado ahí, después de haber tenido un desacuerdo con su padre sobre el uso de la Tablet, y que no quería abrirle a nadie; pasado unos minutos, decidí hablar con la niña, y ella se resistió de inicio, pero después me abrió la puerta, cerrando inmediatamente al encontrarme adentro, le acariciésu cabello y empezó a sollozar, entonces me dijo, que por qué no respetaban su derecho a divertirse, que ella había cumplido ya con ir a la escuela y haciendo su tarea y era justo que la dejaran entretenerse con ese dispositivo;  acerqué mi sillón hacia donde se encontraba sentada en el suelo y le dije,  que estaba bien enojarse, pero, que una vez sacado todo el coraje, era bueno pensar si la actitud que estaba tomando era la mejor, ella contesto de inmediato que sí, porque en verdad se sentía molesta y que no era bueno fingir que no pasaba nada; como noté que ella seguía enojada, le pregunté si podía contarle un cuento muy corto, asintiendo con la cabeza, le dije que el cuento se llamaba La cueva; lo que le llamó la atención, pero me advirtió que el cuento fuera breve pues en unos minutos más se iría a su casa, por lo que me di prisa  e inicié diciéndole: Uno de esos días, en que el ánimo de las personas suele descomponerse ante lo que se consideran inconvenientes en la vida, Ovidio, un joven inteligente, pero muy inquieto, decidió salir corriendo de su casa, pues había discutido acaloradamente con sus padres sobre su derecho a expresar su inconformidad por todo aquello que sentía, violaba sus derechos vitales, ciego por la ira, sin darse cuenta, se fue internando en un bosque cercano a su casa, cuando por fin detuvo su marcha, volteó hacia todos lados tratando de ubicarse; de pronto se dio cuenta que el sol estaba por despedirse y no tardaba mucho en caer la noche, situación que le causó miedo, pues es bien sabido que en los parajes lejanos a la civilización, suelen habitar una serie de animales salvajes; tarde se dio cuenta de su error, más su instinto de sobrevivencia, lo hizo buscar un refugio y así fue cuando de pronto descubrió una cueva, temeroso se acercó a ella y ya en la entrada se atrevió a gritar: ¿Hay alguien ahí? al no recibir respuesta, y temblando tomó dos piedras de buen tamaño y decidió aventar una hacia el interior, pero nada ocurrió; armado de valor, volvió a gritar advirtiendo que aventaría ahora una piedra más grande y con mayor fuerza, al no recibir respuesta oportuna, cumplió su propósito y en esta ocasión recibió como respuesta un llamado a calmarse seguido del siguiente reclamo: ¿Pero a qué salvaje se le ocurre aventar piedras hacia el interior, sin antes percatarse de que no haya nadie en él? Ven,acércate para verte la cara; Ovidio le contestó, espero no encontrarme con nada desagradable, pues tengo con qué responder. Vamos, deja de refunfuñar y termina por entrar, metros más adelante me encontrarás y podrás compartir conmigo mi hoguera, así calentarás tu cuerpo, pues la noche, además de oscura, es fría.

María se encontraba totalmente asombrada por aquella narrativa fantástica y emocionada grito: ¡No, Ovidio, no entres, es una trampa! en la oscuridad siempre se encuentra el mal, mejor regresa a tu casa, con tus padres estarás más seguro; ¿me escuchas, Ovidio? ¡regresa! María empezó a llorar nuevamente y me pidió terminara con el cuento, pero que lo hiciera con un final feliz; entonces le pregunté: ¿y cómo sería éste? Ella contestó: Saliendo de la cueva y encontrándose con sus padres, porque no hay lugar más seguro que el calor del hogar. Y María José se limpió las lágrimas con el dorso de su antebrazo derecho y de paso la nariz, y salió corriendo a buscar la seguridad que le da la luz de la verdad, pero antes me preguntó: Abuelo, ¿quién estaba dentro de la cueva? Dentro de la cueva, estaba la conciencia.

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