La semana pasada hable del tiempo litúrgico de la Cuaresma, hoy quiero continuar con el tema.
Todo el año litúrgico tiene como finalidad esta asimilación del misterio de Cristo pero con mayor intensidad la Cuaresma y la Pascua.
La Cuaresma inicia en la Pascua y entrena en el paso de la muerte a la vida.
Y el triduo pascual prolonga la solemnidad a lo largo de cincuenta días –la pentecostés- que se celebra como uno solo.
La cuaresma no es, fin en sí misma, sino que culmina y se perfecciona en la Pascua. El proceso pascual decisivo para cada cristiano se realiza en tres tiempos: morir el pecado y al mundo; morir al egoísmo, que ya es estrenar nueva existencia; celebrar con Cristo el nacimiento a la nueva vida; y vivir con nueva energía y entusiasmo: como niños recién nacidos
No se trata de “instruirnos” sobre la Pascua, sino de iniciarnos en su Misterio.
La atención y las fuerzas deben acompañar aumentando a lo largo de los noventa días: la cuarentena de preparación y los cincuenta de celebración. Con la cumbre de la noche pascual, meta y cumbre de la reforma de resucitados con Cristo, y la plenitud del Espíritu en Pentecostés.
No vaya a ser que se llegue con esfuerzo a lo largo de la cuaresma hasta la puerta, y no se tenga la fuerza o la tensión necesaria para entrar en la Pascua y vivirla hasta el final.
Se puede orar con las palabras de la oración de la misa dominical: “Señor Dios, que nos mandaste escuchar a tu Hijo muy amado, dígnate alimentarnos íntimamente con tu palabra, para que, ya purificada nuestra mirada interior, nos alegremos en la contemplación de tu gloria”.
Que el buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.