El momento político global que vivimos es cada vez más complejo, y escuchar en repetidas ocasiones palabras como “democracia”, me lleva a una serie de interrogantes que me gustaría profundizar desde su origen. Para nosotros, los ciudadanos comunes, comprender lo que realmente hay detrás de la palabra “democracia” a menudo manipulada, representa una herramienta fundamental para la defensa de nuestra libertad, entre otros derechos esenciales.

 El significado etimológico de “Democracia” proviene de la palabra griega “Demokratía” compuesta por “demos” que significa pueblo y “kratos” que quiere decir poder. Traducida al castellano sería “poder del pueblo”, y se refiere a aquellos sistemas y regímenes políticos donde el pueblo es quien manda. Sin embargo, aquí nacerían dos preguntas: ¿Cómo se originó de democracia? y ¿Cómo se ha entendido la Democracia a través de la historia?

A lo largo de la historia, el concepto de democracia ha cambiado y se ha interpretado según las necesidades y situaciones de cada época. Desde su aparición en la antigua Grecia, especialmente en Atenas, donde los ciudadanos participaban directamente en las decisiones de gobierno, aunque esta participación era mucho más limitada, ya que solo los hombres libres podían hacerlo, excluyendo a mujeres, esclavos, campesinos y extranjeros. Este sistema llamado “democracia directa” permitía a los ciudadanos participar en las políticas o decisiones de gobierno de manera personal y directa. En cambio, en la democracia actual, la participación es mucho más incluyente, ya que el sufragio universal garantiza que todas las personas mayores de 18 años puedan votar sin importar género, raza, religión o condición social. Sin embargo, esta participación se realiza a través de un sistema representativo, donde elegimos a quienes nos representan para que en teoría se tomen las decisiones de gobierno en nuestro nombre.

En la Roma antigua no desarrollaron una democracia directa como los griegos, sino, crearon una república que combinaba elementos democráticos, aristocráticos y monárquicos. Los romanos tenían una representación a través de los magistrados y el Senado, en el cual los ciudadanos podían votar (hombres libres), pero el poder estaba mucho más controlado por la aristocracia. Si bien existía una asamblea popular, la democracia no era la idea central de su sistema, más bien buscaba un equilibrio entre distintas clases sociales (patricios y plebeyos), también entre los factores de poder como los cargos electos y vitalicios.

Durante la Edad Media, el termino democracia desaparece como concepto político predominante, siendo sustituida por monarquías absolutas y los llamados sistemas feudales. Es esa época la legitimidad de la autoridad política provenía y se sustentaba del derecho divino de los reyes, más que por la voluntad del pueblo. No obstante, en algunas regiones denominadas ciudades-comunidades hubo sistemas de gobierno, relativamente participativo, aunque no le llamaron propiamente “democracias”. En este tiempo la palabra “democracia” era vista por algunos pensadores en forma peyorativa identificándola con el gobierno de la muchedumbre que daba lugar a la inestabilidad y desorden.

En el Renacimiento surge el interés por rescatar las ideas políticas clásicas, incluyendo las discusiones sobre democracia y república. Maquiavelo empieza a utilizar por vez primera el término Estado. En esta época se comienza a observar y cuestionar el poder absoluto de los monarcas y las formas de gobierno mixtas, en las cuales el poder pudiera estar distribuido en distintitas clases sociales. Para ello, el concepto de república comienza a entenderse como un sistema de gobierno que limita al poder absoluto y fomenta cierta participación en la población, pero sin alcanzar en esa época una democracia plena.

En el siglo de las luces, las ideas evolucionan hacia lo que entendemos hoy por democracia. Las revoluciones que surgieron en Europa fueron eventos históricos decisivos, estrechamente ligados al establecimiento de nuevas ideas políticas. Pensadores como John Locke, Montesquieu y Rousseau, impulsaron teorías fundamentales que sentaron las bases de la democracia moderna, centradas en la creación de gobiernos representativos, basados en el consentimiento del pueblo y en la limitación del poder a través de la división de poderes.

La idea de Democracia avanzó notablemente y de ser un concepto limitado a grupos reducidos llego a convertirse en una forma de gobierno inclusiva, enfocada a los derechos individuales y la representación popular. Después de las guerras mundiales y la caída de regímenes autoritarios se reafirmó la importancia de la democracia con la creación de organismos internacionales como las Naciones Unidas que tienen como misión, entre otras, promover la democracia y los derechos humanos.

Podemos ver como a lo largo de la historia la democracia ha logrado evolucionar desde sus formas más primitivas hasta convertirse en un sistema incluyente y representativo. Sin embargo, para llamarle democracia y que esta funcione de manera efectiva es necesario respetar siempre principios fundamentales como el estado de derecho, la separación de poderes, la protección de los derechos humanos, la transparencia y rendición de cuentas, la participación informada, entre otros, y que estos, garanticen nuestros derechos como ciudadanos y aseguren la legitimidad en todo sistema democrático.

Los ideales en los gobernantes son importantes, pero en exceso pueden volverse contrarios a los principios democráticos, ya que la democracia requiere equilibrio, dialogo y sobre todo adaptación a la realidad. Platón, el filósofo idealista, decía que los gobernantes debían ser filósofos, criticaba la democracia ateniense pues consideraba que las personas incompetentes no debían tomar decisiones políticas. Aristóteles, el filósofo realista y racionalista abogaba por una justicia distributiva y afirmaba que la democracia en su forma corrupta se transforma en demagogia cuando los mandatarios “se convierten en aduladores del pueblo”, y manipulan a las masas para cumplir sus propios intereses que nada tiene que ver con el bien común. Una democracia legítima busca el bien de los ciudadanos, la demagogia es cuando “la suprema autoridad recae en las masas y no en la ley” explotando las emociones de éstas y desviándose del ideal de justicia y equidad que todo sistema democrático debería representar.

Después de describir brevemente la evolución histórica de la democracia y sus principios fundamentales, considero importante destacar que su estabilidad depende en gran parte del equilibrio entre los poderes del Estado. De tal manera que cuando uno de los contrapesos en una democracia falla, es posible que el sistema democrático se debilite. Sin embargo, se podría abordar el “control constitucional” de las reformas a la constitución, dentro de los valores impuestos por la propia carta magna, asegurando que no se destruya el orden constitucional que establece la base de los ideales democráticos. El poder de reforma debe respetar estos principios, si quiere continuar siendo una república democrática debe diferenciar entre modificar y destruir la constitución. Aunque autónomo este poder legislativo, está sujeto a ideales, principios y reglas impuestas por la misma constitución y no puede de ninguna forma actuar fuera de su marco legal y menos en contra de esta. Es decir, no les otorga el derecho de destruir la esencia de lo que es la constitución, ni eliminar, ni vulnerar los principios y valores que sustentan el orden constitucional. Los sistemas democráticos están diseñados para prevenir el abuso del poder, en toda la historia de la humanidad y de nuestras constituciones se busca como fin preciso que el poder detenga el poder, de donde venga; incluso, por parte de una mayoría.

Giovani Sartori planteó que “La democracia jamás le otorga el poder a nadie, al contrario, lo reparte de distintas formas entre mayorías y minorías que se alternan entre sí, justamente en función del principio mayoritario”. El poder de reforma dado al poder legislativo no es supremo, no puede modificar los principios democráticos de la constitución, pues suprema solo es esta.

La historia nos ha demostrado que, cuando no se respeta el principio democrático de separación de poderes y de proteger a las minorías, se desencadenan crisis políticas inevitables. Hoy, más que nunca, es importante afirmar que, por el bien del pueblo, y por una democracia estable, es fundamental garantizar la pluralidad y el respeto a los ideales, valores y principios que sustentan la constitución.

El gran constitucionalista James Madison expresó: “La acumulación de todos los poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, en unas mismas manos, sean las de una sola persona, o las de muchas, sea por herencia, autoproclamación o elección, constituye en rigor la definición misma de tiranía”.