Su cuerpo transpiraba miedo, su voz quebrada, sus manos temblorosas, con dificultad pudo expresar un saludo, su acompañante, desesperada, empezó a hablar por ella y narró sin muchos detalles lo que a su entender era la causa de su padecimiento; yo la escuchaba con atención, mientras ella con su mirada cansada no dejaba de observarme a la cara, y afinaba su oído para saber lo que hablaba, y al no detectar ningún gesto de pesar en mi expresión, su cuerpo se fue relajando hasta que pudo recobrar la confianza y con ello su amable voz de siempre, la que denota paz, cuando no se ve afectada por la pesadumbre.
¿Cuál es tu búsqueda? ¿Por qué el encuentro? Unas pocas palabras devuelven la esperanza y hacen que se avive la llama de la certidumbre, mientras puedas sonreír de nuevo, tu cansado y desvalido cuerpo material se activa y te trae de regreso a la vida, aunque vuelvas a caer mañana por la falta de fe.
¿Cuál es mi búsqueda? ¿Acaso la de quedarme callado, inexpresivo, ignorando la necesidad de los demás, de los que buscan en ti la misericordia debida, para paliar los malos momentos, para detener por unos instantes el sufrimiento?
Mientras te vean y te sientan se sentirán seguros, y mientras tú sigas sintiendo sin ver, pero creyendo, de alguna forma inexplicable te llegará ese poder, que sin saber cómo, le da a otros lo que necesitan en el momento del encuentro inesperado.
Cuando mi cuerpo transpira miedo y mi voz se convierte en ruego, en aquel silencio de la soledad expresa, mi búsqueda termina, porque Tú vienes a mi encuentro.
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