Justamente, el día del fotógrafo en este año de 2017, falleció en la capital de Tamaulipas Juan Nava Baltiérrez, que seguramente para los muchos jóvenes fotógrafos no significa mucho, dada la falta de costumbre en conocer de la historia de la ciudad, de la fotografía, o en leer, simplemente.

Juan Nava fue el fotógrafo de gobierno por años, muchos años, y la gente lo veía como tal; por ahí, las salas de prensa y laboratorios pasaron decenas –centenas, quizá- de personas que se dedicaron a la fotografía por parte del gobierno de Tamaulipas: los Santana, Pancho, Chon, y muchos otros más, y todos, de alguna forma, convivimos poco o mucho con don Juan, toda una institución en el manejo de cámaras y sobre todo, en la captura humana y política de cada evento y situación vivida en la entidad.

Fue fotógrafo de generaciones y de varios gobernadores. En lo personal, entendemos que desde el doctor Treviño Zapata se encontraba ya en la plantilla del gobierno como fotógrafo.

Siempre erguido, con un ceño serio, adusto, un poco agrio y el pelo perfectamente peinado hacia atrás, don Juan solamente vigilaba que los personajes tuvieran el momento necesario para fotografiarles, y lo hacía con profundo profesionalismo.

Aprendió de la vida, desde su natal Tampico, el arte de Daguerre y de Niepce, que posteriormente se convirtió en el arte de los Mayo y los Casasola en México, para cambiar su apellido en Tamaulipas por el suyo y el de otros más.

Es parte de la historia en materia de fotodocumental, que lo acompañó por más de medio siglo, en el que se convirtió en el autor de un sinnúmero de historias mudas que, con sus todos oscuros y brillantes, emanados de la gelatina de sales de plata, conformaban la imagen que se fue perfeccionando a través del tiempo, para dejar a un lado las viejas y grandes cámaras de 6 x 6 y 6 x 9, llegando a las de 35 milímetros, y que fueran arrojadas de nuestra profesión en forma tajante por los bytes y el lenguaje binario.

Maestro no en el manejo de estas máquinas (de ellas, todo mundo puede hacer un buen manejo) sino en el manejo de las historias… los gestos, rostros, ademanes y acontecimientos, que son los que, finalmente, forjan a un historiador gráfico.

No con Photoshop sino con un ojo crítico y con inteligencia, con luz y sombras creó la historia del Tamaulipas de las últimas décadas.

Juan Nava Baltiérrez, sin duda alguna, merece un homenaje de parte de la comunidad de fotógrafos (los que tomamos fotos y los que las hacemos en la computadora) por su trascendencia histórica, y por las autoridades a las que tanto entregó por años, por jornadas.

Siempre con su chaleco caqui, un par de cámaras Nikon colgadas a sus hombros, y la inolvidable cámara panorámica Widelux, pionera de este tipo de aparatos, don Juan siempre lograba esas tomas que otros no hacíamos por limitación presupuestal. Además, agregaba el talento que por años fue absorbiendo de dos escuelas: la de la fotografía y los catálogos, y la más importante: la escuela de la vida, donde se desempeñó con un alumno brillante, y un maestro para generaciones enteras.

El tiempo es inclemente. Los años llegaron con el progreso y muchas cosas más, pero finalmente dieron a Juan Nava Baltiérrez el descanso que la vida no le otorgó, y no porque no lo mereciera, sino porque estuvo trabajando hasta el último de sus días, antes de caer en cama.

Nos quedamos con un gran vacío que, seguramente será cubierto por el homenaje del fotógrafo de prensa, el fotorreportero que hace cotidianamente cuando realiza su trabajo en forma ordenada, profesional y con la seriedad necesaria, el mejor legado de gente como Juan Nava.

Bien podría organizarse una exposición foto periodística para rendir el justo homenaje a una leyenda del arte de fijar y reproducir objetos en una superficie de cristales de playa y, luego, de bytes y códigos binarios, para formar una magistral imagen, parte de la historia de nuestro Tamaulipas.

Descanse en paz, maestro Juan Nava Baltiérrez.

Comentarios: columna.entre.nos@gmail.com