Que inexplicable resulta para mí, encontrar en ti aquello que no te deja comprender, que amándote tanto, puedas tú responder a ese amor sólo con un infinito odio a la vida.
Que inexplicable resulta para mí, el sentir cómo el filo de tu incontrolable coraje, por no saber perder o conceder la victoria a quien lo merece, es el causante de tantas y tan profundas heridas inmerecidas.
Que inexplicable me resulta hoy, acceder como siempre a tus deseos de venganza, contra todos los que te amamos y luchamos por hacer regresar a ti la confianza perdida en el ser bondadoso que conocí.
Que inexplicable soledad siento, al no verte sonreír tan sanamente como cuando comentábamos anécdotas de nuestra vida, del ayer, cuando mi yo niño estaba contigo y querías siempre que te cargara para ver desde lo alto el espacio donde las travesuras inocentes eran el juego más preciado que consentías.
Que inexplicable vacío padece mi corazón, al ver cómo cambias tu amable sonrisa, por un gesto donde se asoma el violento sentir de tus amargas frustraciones de niño.
Cómo poder explicarte si sigues siendo sólo eso, un niño cuyo abandono aparece en esa parte de tu vida, cuando más necesitaste del amor, no de un abuelo que con dolor parece que se ve en ti, cuando en su momento quería igual, sentirse seguro en un hogar tan discordante.
Inexplicable es la palabra que solemos decir, cuando no podemos sanar las heridas, aquellas que no merecías, las más profundas, las que lastimaron tu alma divina.
Señor, no me dejes renunciar ahora que tanto me necesita, obséquiame el don de la sabiduría para encontrar en un acto de fe, las palabras de amor, en un corazón que por ti palpita de gozo, al recordar que fuiste Tú quien me habló aquel día inexplicable.

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