Cuántas veces he visto ilusionarte por algo y sentir cómo tu corazón rebosante de amor, en un impulso de ternura, desea con toda el alma dejarse llevar por tu naturaleza original, sí, con aquella que te obsequió Dios cuando decidió regalarte el don de la vida.
Ayer, nuevamente hiciste algo sorprendente, que demostró tu calidad humana y tu cercanía con Dios; cómo me hubiera gustado ver tu cara angelical expresar el amor que sentiste en esos momentos en los cuales te topaste con un doble par de ojos asustados escondidos entre la hierba, con qué gran sorpresa te topaste, un par de huérfanos abandonados en la nada, expuestos a las duras condiciones del entorno, enfermos, muriendo poco a poco de sed y de hambre; seguramente, en tu aparente desapego a las enseñanzas del Señor, por las distracciones propias de tu edad, no recordaste a conciencia aquella invitación que te hizo al decir: “En verdad os digo: Siempre que lo hicisteis con algunos de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis (Mateo 25: 40).
No lo pensaste dos veces, rescataste a los indefensos y los llevaste al hogar, les diste de comer y los aseaste para que se refrescaran, y en los ojos de aquel par de cachorros caninos, la mirada de gratitud reflejó el beneplácito del Señor por tu obra; después, contra toda oposición de tu familia, debido a las circunstancias que implicaba la delicada y onerosa responsabilidad, te viste impotente y te preguntaste ¿Cómo un niño puede responder ante este juicio de autoridad tan determinante, que me desacredita, basándose en mi edad y consecuente precaria situación económica, que aunque real, tengo en mi corazón el tesoro más preciado que un ser humano puede tener: El amor; y qué decir de contar con el mejor aval: Mi Señor Jesucristo, que seguramente puso en mi camino a estos huérfanos, para medir el amor y la misericordia con la que un día me dotó, estando en el vientre materno.
A distancia, mi amado niño, sentí cómo rodaban las lágrimas de tus ojos y con dolor te acompañé en tu verídica congoja, qué dilema tan grande enfrentaste, por un lado, el atender al llamado de tu corazón respondiendo con amor a un mandato de Dios; y por otro, en no deshonrar a tus padres faltando a la obediencia que se les debe; más en verdad te digo que en el reino de Dios no hay pequeños ni grandes con autoridad diferente, porque para él, más vale un pequeño con un corazón grande en bondad, que un grande con corazón pequeño.
Dedicado a un acto de amor promovido por mi amado nieto Emiliano, ojalá que mi Señor esté siempre en sus intenciones y guíe su camino.

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