Dicen que querer es poder, pero ¿qué puede frenar el querer? Si hay voluntad y además deseo, por qué no intentarlo. Me imagino plácidamente sentado en una tarde de verano bajo la sombra de un enorme roble, contemplando cómo el viento mueve acompasadamente las ramas de otros árboles menos frondosos, y en ese vaivén, lleno de armonía, entre que me arrulla el movimiento, entre que me vence el sueño, pero no quiero dormir porque podría perderme tanta belleza, aunque el cuerpo lo merezca, aunque la mente lo reclame. ¿Y si me duermo pensando en la felicidad y con ello me lleno de alegría? ¿y si sólo en un cabeceo puedo sanar del cansancio que por tanto tiempo he acumulado? ¿y si se dan cuenta que me duermo y con ello me desconecto de la realidad? no, no creo que nadie se dé cuenta que estoy durmiendo, porque todos están tan ocupados en sus cosas, que yo, mi cansancio y mi sueño, mi inspiración y mis anhelos, todo, todo cuanto pudiera desear y lo que he obsequiado, sólo ha significado una verdad: cada quien vive para sí mismo y cuando quieres que vivan para ti, resulta tema de reclamo, porque siempre habremos de exigir igual atención, igual trato.

No, mejor no me dormiré, seguiré despierto, no importa que mis sueños se queden esperando, porque nunca podrá ser igual estar dormido que despierto, nunca podrá compararse el estar alerta, con el estar desconectado y dejar ir tantas horas de oportunidad, para ir al encuentro de lo que mucho he anhelado.

Imagina que eres feliz, porque el sólo el hecho de imaginarlo te hace sentir que lo eres, y si en una de esas, de tanto anhelar, de tanto soñar o de tanto esperar, resulta que siempre lo has sido, pero no te habías dado cuenta por estar siempre ocupado, cumpliendo los deseos, los sueños y las necesidades de los demás.

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