En México y en el mundo se muestran esfuerzos por disminuir la obesidad al mostrar en los productos advertencias sobre excesos de calorías, carbohidratos, grasas y otro; más los impuestos para desalentar la compra.

La experiencia nacional y de otros países indica que 90% de los consumidores ni se ocupan en ver las leyendas y que el consumo de este tipo de productos no disminuye. Es evidente que gran proporción de mexicanos que trabajan al aire libre o que comen en su trabajo, adquieren y consumen esas bebidas porque son fáciles de guardar y usar.

La realidad radica en la educación para la salud en todas las culturas y la percepción de qué significa comer en tales y cuáles cantidades, así como el cuidado de la salud, que incluye ejercicio físico y descanso adecuado. Un niño no sabe cuánto debe comer y si lo que come es placentero, comerá tanto pueda. Un adulto hará lo mismo con los platillos de su preferencia, incluyendo bebidas.

No se mejora las cifras de obesidad, diabetes y otros problemas en tanto se culpe a los alimentos. La Organización Mundial de la Salud considera que, en el caso de las bebidas castigadas con más impuesto, en esta medida, “la evidencia es limitada o de baja certeza”. La Asociación Internacional de Edulcorantes cita: “La seguridad de edulcorantes bajos o sin calorías se confirma por autoridades internacionales”.

Lo importante es la educación para la salud. Los padres suponen que lo aprenderán los niños en las escuelas, pero los maestros tienen trabajo y no cabe en su programa enseñar lineamientos básicos de salud.

La ruta es educar en salud a los niños y mejorar la educación en salud de los adultos con los que convivimos. No hay leyendas ni impuestos que sirvan, las múltiples dulcerías así lo demuestran.

Y para ser parejos; ¿por qué la tradicional comida mexicana a base de maíz y fritura no muestra leyendas? ¿Acaso una gordita frita; un huarache o una torta de tamal son “ligeras” y benéficas para la salud?

Las bebidas son del odiado capitalismo; la comida mexicana es patrimonio cultural. Aquí radica la diferencia. AMLO condenaba y prohibía el consumo de la bebida de cola imperialista. Ese odio se aprovecha para sacar más dinero del bolsillo popular, del “pueblo bueno” al cual se dice cuidar.