Un día soleado, de ánimo escondido, característico de lo incierto; nunca he negado por ello, el valor que el día, con su brillo y con su calor le da a mi vida, nunca he negado mi desconcierto por todo lo que se oculta a la percepción de nuestro natural sentido, de ver en cada persona solo el lado bueno, como buena debió ser desde un principio.
¿Por qué se aferra tanto el hombre en ser reconocido por el hombre? ¿Por qué tanto empeño en defender sus ideales? ¿Por qué tanto pensar y actuar para hacer efectivo los planes de lo que puede concebirse como libertad, si la libertad misma, necesita también de amarres para no convertirse en libertinaje? No fallan pues los ideales, fallan los hombres por sus conocidas debilidades, porque al final de cuentas todos somos mortales, porque sin pensarlo, el ego empieza a crecer tanto, que nos sentimos únicos e indispensables.
Hay hombres que dieron su vida pensando que eran lo mejor que tenían, y que lo hacían por una causa noble; hay hombres, que vieron en ello, la única forma de dejar en la vida una huella imborrable en la memoria de aquellos, que, teniendo una misma historia, podría significarles una decorosa salida a todas sus dificultades.
Cualquiera que haya sido su ideal o su historia de vida, seguro estoy, que fueron movidos por una voluntad ajena a la suya, y que, si hallaron coincidencia en una verdad, tal vez, ésta haya sido procurarle a la humanidad una referencia y recordarle que la verdadera paz, sólo se logrará viéndonos como iguales, respetando los derechos fundamentales, honrando los valores que enaltecen la bondad, actuando siempre con humildad, pero, sobre todo, privilegiando el amor con el que fuimos creados.
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