Y en ese preciso momento, en el que las cosas inertes empiezan a despertar, aprovechando el silencio de los vivos, se escuchan esos indescifrables ruidos propios de su material naturaleza; intimidantes, cuando se vive con miedo; desafiantes, cuando motiva la tambaleante valentía; desconcertantes, cuando a pesar de ser escrupuloso y revisar hasta el último rincón de la habitación, no encontrar el origen que alertó a mi tenso cuerpo; por eso y más, es imposible no poner atención a esa descomposición armónica, sobre todo, cuando a pesar de la inquietante hora tercera de la madrugada, la angustia aún no se disipa, porque no se ha terminado de estudiar la temática de cada materia de las clases del nuevo día; reto a enfrentar sin excusa ni pretexto, cuando la luz del día iluminará las aulas frías en verano y más frías en invierno.
Para bajar un poco el estrés, no había otra cosa que subirle un poco al radio, la estación acompañante se llamaba Radiorama, y cuando la música se convertía en un suave arrullo, me dejaba querer como el niño que sabía, que no hay lugar más cómodo y seguro que los brazos de su madre. Afortunado era por tener un despertador, cuántas veces me dio la mano, no sé qué hubiera hecho sin él, seguramente, agregaría un motivo más para mantenerme al borde del distrés. Qué agua tan fría, a pesar del calor, a pesar del dolor, aún la toalla no perdía la humedad, del baño anterior, pero para despistar un poco el olor, qué mejor que el aroma refrescante del agua de colonia; siempre fue gratificante el saber que la ropa colgada en gancho podía mantenerse planchada por más tiempo.
Apenas está clareando el día y los autobuses vienen atestados, ojalá encuentre un asiento, era en ese momento mi deseo, porque dormir parado mientras llegaba a la Universidad era todo un milagro. Al fin pongo el pie en la gloriosa Escuela de Medicina, entro al salón y me siento en la parte media, crucé los dedos esperando que el maestro preguntara la clase al azar, pero tomó la lista de asistencia y mi apellido parecía tener un resplandor intermitente para llamar la atención al profesor; antes de pararme, tomo aire profundamente y me digo: No tengas miedo, estudiaste más que lo suficiente, tú puedes desarrollar el tema; empiezo con toda tranquilidad, sintiendo cómo llegaba a relajarme, pero el maestro como siempre tenía prisa, seguramente entraba a trabajar temprano en algún hospital y a los cinco minutos detenía mi disertación para concederle la palabra al más sobresaliente del salón; esa escena se repitió muchas veces y me llegué a preguntar si valía la pena desvelarme tanto. Un día desesperado le pregunté al genio del salón cuál era su método para estudiar, y él se acomodó sus lentes, pasó la palma de la mano sobre su cabeza como si quisiera sacudirse el polvo de su cabello, cuyo corte parecía un cepillo, y me contestó.
Llego a mi casa, me tomo una siesta, me despierta mi madre, me voy a la mesa del comedor, disfruto una deliciosa comida, un buen postre, hago sobremesa, después me voy a mi amplia habitación, prendo el aire acondicionado, pongo el estéreo y tranquilamente leo los temas que nos encargaron, lo hago sólo una vez, después salgo con mi padre en el auto, merendamos en una buena cafetería , regresamos a la casa, me doy un buen baño, primero con agua caliente y después con agua fría, me seco vigorosamente para estimular mi piel, me pongo mi piyama y me duermo temprano. Me le quedé viendo sospechando que me mentía, el notó mi contrariedad y me dijo: Disculpa, ¿acaso eres un estudiante foráneo?
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