Se me había olvidado que el árbol de la vida da frutos buenos, porque lo que más nos preocupa, es aquello que se traduce en un obstáculo para disfrutar la existencia.
Se me había olvidado regresar la sonrisa, a quien agradece a la vida el ser feliz y comparte conmigo, ese valioso gesto que denota gratitud.
Se me había olvidado que el despertar por las mañanas es un milagro, pues he vivido tan ocupado viviendo de rutinas, y más cuando éstas, parecieran estar llenas de obstáculos indeseados, que no nos permiten cumplir con todo lo planeado.
Se me había olvidado que siempre habrá momentos para disfrutar en compañía de la familia, porque siempre tuve prisa por gastar mi tiempo, por contar las horas y los días de lo que falta por vivir.
Se me había olvidado respirar con tal intensidad, para que mis pulmones no sólo se llenaran de oxígeno, sino del aroma de las flores, de los guisos que escapan de las casas, de los cuerpos vivos, y todo por vivir de prisa.
Se me había olvidado dormir con la conciencia tranquila, para soñar que en verdad mi cuerpo añoso y cansado, en realidad pudiese cargase con la vital energía, para poder combatir el desánimo, que ocasiona esa pesadumbre que me acompaña desde el día que pensé que había una edad, en la que el cuerpo tenía que doblegarse, para darle la bienvenida a la vejez.
Se me había olvidado que soy más que un cuerpo material, y que mi espíritu indomable no tiene edad, siempre está cargado de tal energía, que puede, por obra y gracia de la divinidad, estar en cualquier tiempo, en cualquier lugar, en compañía de aquellos a quien más estimo, mas quiero y más he amado.
Gracias Padre celestial, por despertarme de este letargo anquilosante, por quitarme las cadenas imaginarias de lo que concebimos como calamidad, gracias por ayudarme a vencer el miedo a vivir, para poder disfrutar ahora y aquí en la tierra, la herencia que me dejaste para llegar feliz a la eternidad.
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