En 1973, cuando tenía un año de estar ausente de mi hogar materno por estar estudiando mi carrera universitaria, en mis horas de soledad en la habitación de aquella vetusta casa de una colonia de la ciudad y puerto de Tampico, al no poder concentrarme para repasar un tema que debería preparar para una clase, surgieron de pronto de mi pensamiento una serie de cuestionamientos que se transformaron en frases, que escribí de inmediato en una hoja de un cuaderno de forma italiana que utilizaba para poner recordatorios, las que titulé : “Dudas y Conclusiones de un Cerebro”. Recuerdo que las pegué en la pared en un espacio muy cercano al librero que estaba sobre el escritorio metálico que mi madre me había obsequiado y que formaba parte del mobiliario de su oficina de su empresa denominada “Muebles Mary Carmen”, y que estaba ubicada en la calle 13 Morelos. Ese fue el primero de muchas reflexiones que fueron tapizando las paredes de mi centro de todo, porque esa misma habitación era mi recámara, mi cocina, mi sala, mi comedor y mi cuarto de estudio: el cuarto de baño se encontraba aparte y era compartido por otros 7 compañeros.
El documento en mención desapareció por muchos años, y fue durante la presentación de mi libro Evolución Poética, cuando un muy estimado amigo y compadre del alma Antonio Ángel Beltrán Castro, que coparticipó en el evento, contando anécdotas del autor, para finalizar su intervención, me dio la sorpresa al dar lectura del contenido de una amarillenta hoja que yo había escrito 42 años antes. He aquí su contenido:
“Conforme pasa el tiempo me doy cuenta que no existe en mi mundo una persona capaz de entrar a él sin dañar mis sentimientos”.
“Tal pareciera que la acción de contrarrestar mi conducta, fuese un gozo inconsciente para los cerebros ambientales”.
“¿Dónde está mi error? ¿Cómo actuar sin que yo dañe mi espíritu”.
“Estoy cansado de soportar pesos en mi conciencia, cansado de utilizar mi mente y mi cuerpo físico en trabajos que no proporcionan utilidad alguna”.
“Siento estar ligado en contra de mis deseos a personas, a objetos, y a infinidad de conflictos que no son de mi incumbencia”.
“De qué sirve una juventud sin conciencia, de qué sirve una conciencia sin libertad”.
“Somos presa fácil de la incomprensión, devorados por la soledad que es puerta abierta para los vicios”.
Toño nos relató a los asistentes, cómo había rescatado ese documento, en una ocasión, cuando otros habían sido sustraídos de las paredes, por visitantes que acudían a nuestra casa de estudiantes.
Recuerdo que en ese mismo evento, de la presentación del libro, me hizo el honor de comentarlo la distinguida escritora María de los Ángeles Guillen de Haces (QEPD) de la Asociación Cultural Bellas Letras Bellas Artes.
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