A muchas personas les gustan que les hablen con la verdad, otras prefieren que les digan verdades a medias, y de plano, a un importante grupo de la sociedad les gusta que les digan mentiras piadosas.
Aseguran que decir la verdad es una virtud, pero se cuestiona el hecho, porque en ocasiones, quien dice la verdad tiene un interés diferente al que se supone, o sea, no es sincero y la sinceridad es una virtud de la franqueza.
Para decir la verdad sin tener que sospechar que exista otro interés, tendríamos que tomar en cuenta algunos factores, en el caso que hoy me ocupa es la edad; los niños, por lo general, siempre dicen la verdad, son muy sinceros; y es que resulta que María José y su hermanito José Manuel tenían un buen tiempo de no quedarse en nuestra casa, y como su madre tenía que atender unos asuntos, nos pidió que los cuidáramos por espacio de unas horas; los niños aceptaron con agrado, y cuando llegaron me pude percatar de que cada uno llevaba su iPad bajo el brazo, ambos muy platicadores entraron a nuestra sala y se sentaron, e inmediatamente se pusieron a jugar, para entonces María Elena, ya se había dispuesto a prepararles algo de cenar y yo por mi parte me fui a mi taller literario para elaborar el enfoque correspondiente, pasado unos minutos José se acercó a mí con la intención de llamar mi atención, a los pocos minutos se le unió su hermana y empezaron a jugar conmigo, pero yo necesitaba un poco de espacio para terminar la colaboración periodística, y le pedí a la abuela que los entretuviera en el comedor, les ofreció un vaso de chocolate, sólo así fue posible terminar el artículo y me retiré a descansar a la habitación y apenas iniciaba la primera fase del sueño cuando llegaron a brincar sobre la cama, simulé estar molesto y ellos lo disfrutaron sobremanera, para entretenerlos un rato les dije que haría un concurso y el ganador se llevaría un buen regalo; el juego consistía en que me dieran un masaje en mis pies y el que lograra dormirme sería el ganador, ambos se apropiaron de uno de mis pies, María me quitó el calcetín, se disponía a darme masaje en la planta del pie, pero se puso a meditar y fue así descubrió mi intensión, por lo que abandonó el concurso y José sin comprender imitó a su hermana; les pedí reconsideraran el acuerdo, pero María con toda franqueza dijo: No abuelo, en primer lugar no creo que haya ningún premio, antes te daba masaje por gusto, pero ahora tengo cosas más importantes que hacer; después le insistí a José que no abandonara el concurso y él dijo: Lo siento, ya no tengo competidor, no me interesa el premio. María Elena dijo: cómo han cambiado los niños, antes se peleaban por darte masaje y ahora son más analíticos. Tienes razón y aunque eso no es tan malo, en este caso se puede traducir como una despedida anticipada de lo que pensamos era un amor genuino.
En ocasiones la verdad duele, como abuelos quisiéramos que el amor de los nietos nunca tuviese más interés que el seguir a nuestro lado, pero el tiempo los va cambiando y se adaptan a otra la realidad.

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