Son los momentos de paz que ofrecen la quietud espiritual, aquellos, cuando tu alma se posa en la fragilidad de una hoja del árbol de la tranquilidad, segura de no quebrantar la delicada anatomÃa natural, por donde se deslizan las gotas del rocÃo matinal, de la transición que anuncia el paso de la llegada de un frÃo al nostálgico clima otoñal; y cortos como son los dÃas, influyen como siempre en la animosidad de mi ente material.
Son los momentos de paz interior, la oportunidad de verte a los ojos, espejo de mis emociones más gratas, producto de mis más afectuosos sentimientos, dejándome sin aliento cuando me devuelves la mirada, con el mismo o más acento emocional, respondiendo al estÃmulo de atracción mutua, al hacerse consciente mi legÃtimo interés en tu hermosura.
Que no nos arrebate el tiempo, si existiera, la alegrÃa de sentir el consentimiento que nos hace perder la cordura, que no pesen más los años en el ánimo desconsolado, al confundir las fisuras de un espejo quebrantado, con las inexistentes arrugas que tanto te torturan, porque a mis ojos, ha quedado para siempre grabada tu juvenil figura de niña consentida, la de la sonrisa franca, la de la piel con olor a primavera, la de pasos livianos que corrÃa y jugaba como niña sin sentir dolor o cansancio prematuro.
Que no se acabe el dÃa, que el sol siga brillando, para seguir contemplando toda tu energÃa, que las noches sean cortas, pero el sueño considerado y reparador con nuestros anhelos de despertar amándonos como siempre lo deseamos, que el enojo se disuelva como el más dulce antojo que probamos, que los malos pensamientos no tengan cabida en nuestra mente, que todo sea diferente, que prevalezca la armonÃa para encontrar en   nuestras diferencias, oportunidades para ser mejores personas.
Busquemos reconciliarnos con nosotros mismos, para que el amor sea prioritario ante cualquier otra emoción que evidencie nuestro egoÃsmo apoyado por un ego descontrolado. Que seamos tolerantes y pacientes, para darle cabida al perdón si fuese necesario.
Busquemos respuestas en nuestro corazón y no en la memoria del pasado acusador que sigue reclamando reparación de daños ya inexistentes, que veamos claro y sin rencor y sigamos de frente, para no retrasar la recuperación del concepto de estar siempre enamorados.
Reconozcamos la fragilidad de nuestra naturaleza humana, pero aferrémonos a las fortalezas de la espiritualidad, porque eso nos mantiene siempre cerca de Dios para ser considerados herederos de un lugar en el reino de los cielos.
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