Siempre que quiero estar con alguien que sienta lo que estoy diciendo, recurro a mi Tío Tiótimo; él es un hombre experimentado en las lecciones de vida y ha acumulado tanta sabiduría a través de los años, aceptando con responsabilidad sus errores y obteniendo de ellos siempre lo mejor, no importa la magnitud de sus fracasos, ni lo grande de la decepción, cuando llega la etapa de la tristeza entra en meditación y de todo aquello aparentemente malo, encuentra el principio de la verdad, y con ella el camino que lo conduce al origen y al hacedor del universo.
Bueno, estas palabras son parte de su legado filosófico y siempre me ha parecido un hombre muy centrado a pesar de su aspecto despreocupado, de sus reclamos, de su eterna queja por lo que acontece a su amada patria.
Pues bien, el sábado próximo pasado, había entrado en una crisis de ansiedad, ante la impotencia de no poder encontrar argumentos válidos para que algunos de mis seres más amados comprendieran, que lo más importante en la vida es allegarse la felicidad, que si bien, siempre habrá situaciones que nos pongan al borde de la desesperación, el dejarse llevar por el desánimo siempre nos conducirá al error, al no tener éxito en mi encomienda, decidí visitar al venerable pariente, así es que enfilé hacia el rancho “El Olvido” y en dos horas ya estaba cruzando la puerta, y a los pocos metros, pude apreciar la figura quijotesca del tío Tiótimo; verlo ahí parado estoicamente, con la mirada fija en la otrora rica hacienda henequenera, ahora convertida en un desolado páramo, me daba la razón, en el sentido de que sólo un hombre forjado en la bruta realidad que exhibe el carácter depredador del ser humano puede comprender y explicar con toda frialdad por qué muchos seres humanos evaden la realidad y construyen escenarios ficticios donde en lugar de enfrentar su responsabilidad, prefieren darle salida a su incompetencia, manipulando las emociones de aquellos que en verdad aman lo que hacen, porque viven lo que sienten. Pero regresemos al encuentro entre un pastor y una oveja desvalida.
Fallo como está el oído del tío, pero presto a las vibraciones de la tierra, sintió con sorprendente rapidez mis pasos y volteó sin temor a sufrir un esguince de su anquilosado cuello, y queriéndome impresionar como es su costumbre, quiso subir uno de sus pies al borde de una silla, más tal osadía le llevó tres intentos, los dos primeros por falta de precisión, debido a su escasa vista y el tercero, porque se rompió el barrote de la silleta, pero yo respetuosamente fingí no darme cuenta, y enseguida lo saludé con tal calidez, que podría acabar de sofocar su interés por seguir esperando una corriente de aire fresco para mitigar los 45 grados a la sombra. -Tío, seré breve, porque sé que eres un hombre muy ocupado; me asalta la incertidumbre frente a una cuestión harto frustrante ¿Por qué mucha gente no quiere ver la realidad en nuestros días? -¿Y sólo para eso has venido hasta aquí, con este infernal calor, y aparte llegas con las manos vacías? – dijo
refunfuñando el noble varón- La respuesta siempre ha estado al alcance de tu pobre inteligencia, la realidad se extravió hace muchos años, hoy sólo vivimos de apariencias, hay quien teje a su conveniencia una realidad virtual, y la sostiene mientras tenga una forma de poder que le sirve para manipular a los que creen que la vida es así.
A los que hablan con la verdad, no se les escucha, porque en la irrealidad en que vivimos, la ley que impone la costumbre de que todos debemos de ser infelices se asegura de que todo lo que evidencie bondad sea descalificado.
Y ahora regrésate por donde viniste y no vuelvas con las manos vacías, porque esta realidad que siento y vivo, exige que para mitigar el calor necesite agua, para mitigar el hambre requiero de comida y para mitigar la soledad me basto solo. Y como el cuerudo tamaulipeco, me retiré de aquel santuario haciéndome el remolón.
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