Pues sí, aunque usted no lo crea, yo también fui niño, y podría decir que mi primer amigo fue un perro, no sé cómo llegó a mi vida, pero como todo cachorro, con su ánimo juguetón se ganó mi confianza, y eso le abrió la puerta para que entrara a mi corazón, y fue así como se quedó para siempre conmigo; y digo para siempre, porque cuando su cuerpo material terminó su vida en la tierra, liberó su espíritu, y éste desde entonces, sigue a mi lado, tan vivo, tan sensible, tan animoso como antes; pero he de reconocer, que en ocasiones, debido a la falta de una buena planeación en mi vida, me abruma el trabajo y me aqueja el cansancio; es por eso, que el espíritu de mi perro posiblemente se ausente, y busque entre tantas otras personas con quien jugar, o a quien animarle el día, y cuando noto su ausencia, sobre todo en los momentos en los que más necesito su presencia, me invade un sentimiento de tristeza, y la verdad lo extraño, como aquel día, en el que al levantarme de mi cama por la mañana, lo vi como siempre recostado al pie de la misma, sobre aquella pequeña alfombra que mi madre me ponía para que no pisara con mis pies descalzos el piso frío; pero frío fue precisamente lo que invadió mi ser, al sentir que mi amado perro se quedó dormido para siempre, y donde por mi inocencia de niño, no entendía lo que pasaba, por eso salí corriendo en busca de mi madre para que ella fuese a despertarlo, y ella presurosa, lo tomó en su brazos para reanimarlo, mientras yo con mi cara de asombro esperaba que me diera la sorpresa de que pronto saldría de aquel sueño tan pesado; pero me quedé esperando tanto tiempo, allá, a los pies de aquel árbol que se encontraba en medio del patio, en el que descansábamos cuando de tanto jugar y reír, terminábamos cansados.
Cómo extraño a mi perro, cómo su mirada atenta, tan alegre, tan profunda, sobre todo, cuando le contaba mis planes a futuro, cuando le hablaba de mis penas y él amorosamente, para tratar de consolarme, delicadamente se acercaba a mí, para recostarse sobre mi regazo poniendo su cabeza cerca de mi corazón entristecido, y después de un rato, cuando seguramente escuchaba que aquel latido discordante resonaba de nuevo acompasado, ladraba con ánimo renovado, y lleno de entusiasmo me invitaba de nuevo a seguir jugando.
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