Le escribo a los recuerdos más profundos y sentidos, aquellos que despertaron a las emociones primitivas que permanecieron dormidas  después de la conformación del cúmulo de conocimientos que dieron origen a la inteligencia, para que ésta le diera un motivo al hombre para habitar la tierra; le escribo al tiempo ancestral, al parecer infinito, que le fue dando forma y  vialidad a la sagrada tierra que viajaba por el universo, buscando la vía que le diera estabilidad, para que reinara la armonía en los elementos que habrían, en forma natural, darle sustentabilidad al humus para la perpetuidad del humanus en el planeta.

Le escribo a los sobresaltos de la aún inmadura inteligencia, los que responden a los instintos primarios, aquellos, que nos hacen descender en lugar de subir en la escala del saber, para estar no sólo bien, sino para responder a la bondad y la nobleza del divino Creador de la conciencia, que nos legó como herencia un paraíso, siempre que actuáramos con sensatez y con prudencia; los sobresaltos motivados por el autoengaño, que nos hace comportar con fingida inocencia para aspirar a recibir el perdón por nuestra  egoísta complacencia, sin tener la razón.

Le escribo a mi yo, al del estire y afloje, al que dispone por igual del pasado instintivo que del presente inteligente, a mi yo castigado y al liberado, al que en ocasiones se ve forzado a retroceder, cuando mucho se ha avanzado para no perder los valores del espíritu que lo mantiene a salvo y así tener la oportunidad de retornar al origen.

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