El primer contacto en serio que tuve con la filosofía griega fue en mis tiempos de formación universitaria en el ITAM, donde estudié economía. Yo sé que suele tenerse una opinión a veces adversa de esta universidad por ser de alguna manera como una suerte de semillero de pensamiento liberal o neoliberal, sin perjuicio de lo cual –y dejando la historia del ITAM para otra ocasión no muy lejana, pues desde luego que tiene su interés– nadie puede escatimarle el rigor científico, docente y metodológico en todo su sistema de enseñanza, tal como me fue posible a mí constatar durante mis estudios de tronco común y estudios generales, por los que todo estudiante de cualquier carrera, debe pasar.

Ahí fue cuando pude pasar mis ojos por la obra de Sócrates (escrita por Platón, pues el padre de la fisolofía lamentablemente no nos dejó nada escrito de su puño y letra), Platón, Aristóteles y Séneca y otras obras fundamentales de la tradición, que luego pude complementar –como ya he comentado en este espacio– con lecturas desde la línea del pensamiento político, de Aristóteles a Marx, a través de la obra de una autora que me resultó tan extraordinaria como Hannah Arendt.

Después fue más bien la pandemia lo que me hizo volver a la filosofía, y ahí cayó a mis manos un libro de Massimo Pigliucci, profesor de filosofía en la City University de Nueva York, que se llama Cómo ser un estoico. Libros como éste o como otros también muy bellos, de Harold Bloom, llamado ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, de Marco Aurelio, Meditaciones o de Epicteto, Manual y Máximas; sirvieron de bálsamo en todas esas horas ciertamente aciagas que vivimos los últimos dos años.

Pero más allá del interés individual que toda esta literatura pueda generar, hay un peso específico en la tradición del estoicismo que me parece verdaderamente fundamental, razón por la cual hemos puesto en marcha, desde el Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados, la iniciativa Estoicismo México, que está pensada para insertarse en el movimiento actual de recuperación del estoicismo como escuela filosófica aplicable a los problemas éticos, sociales y políticos de nuestro presente. El objetivo estratégico fundamental es hacer de la Cámara de Diputados la sede del estoicismo en México.

Partimos de la constatación de un resurgimiento de autores como Marco Aurelio, Epicteto, Séneca o Cicerón, en efecto, en cuyo pensamiento están expuestas –tal como yo pude comprobar– claves de conducta y racionalidad que perfectamente encajarían en la línea de lo que hoy puede considerarse como terapias de sanación, inteligencia emocional o desarrollo humano, y que por lo general se fundamentan en tradiciones orientales o postmodernas en combinación con diversidad de escuelas psicoanalíticas o de psicología clínica pero que, además de incurrir a veces, y en ciertos casos, en un excesivo reduccionismo individualista que termina pulverizando a las sociedades, ignoran el hecho de que dentro de nuestra propia tradición filosófica (greco-helenística, romana y judeo-cristiana) la riqueza de corrientes, autores y referencias es literalmente inagotable.

Ocurre entonces que autores como el propio Pigliucci, Ryan Holiday y Stephen Hanselman, así como Matthew Van Natta o el propio Jordan B. Peterson, e iniciativas internacionales como la del proyecto Modern Stoicism (con sede en Inglaterra y centro de organización en la Universidad de Exeter), además de autores situados ya en un nivel mucho más académico como Martha Nussbaum (La terapia del deseo) o Pierre Hadot (La ciudadela interior, ¿Qué es la filosofía antigua?, La filosofía como forma de vida), ofrecen hoy un panorama de revitalización de esta tradición filosófica tan importante configurada en tiempos del helenismo post-alejandrino de gran fertilidad e interés cultural e intelectual contemporáneo.

Es un panorama que, además, puede ser enriquecido desde México e Hispanoamérica por vía de la recuperación correspondiente de la línea de una suerte de estoicismo materialista hispánico, que podría desplegarse eslabonando a una serie de autores que irían de Séneca a Gustavo Bueno pasando por Spinoza, Quevedo, Alfonso Reyes, Antonio Gómez Robledo o Antonio Caso.

En una época como la nuestra, caracterizada por un individualismo extremo que se repliega alrededor de la idea salvífica de felicidad exclusivamente individual en el ejercicio de una suerte de neoepicureismo espiritualista (“lucha por tus sueños”), y de una dinámica “privatizadora” que tiene como correlato inmediato el repudio o indiferencia respecto de lo público, lo político y lo común, así como la sustitución de la democracia directa por la representativa, de la vida virtuosa por el consumismo, o del compromiso político por la indiferencia relativista, fenómenos todos estos que desembocan en la desaparición del sentido de la épica, de la epopeya y de la valentía como criterios de organización de una existencia histórica y social apasionada, desde la Cámara de Diputados de México se promueve esta iniciativa como parte de un impulso de transformación epocal que conscientemente se asume como ejercicio de reflexión sobre la necesidad de recuperar, frente al mero y simple afán de disfrute hedonista del aquí y ahora (la hedoné epicúrea), la severidad modesta del logos estoico (imperturbabilidad del alma, intereses universales, ausencia total de vanidad) para encontrar vasos comunicantes entre la práctica de la política, la práctica de las virtudes (templanza, valentía, justicia, sabiduría) y la práctica de la filosofía como vía directa para lograr tener, conjuntamente, como quiso siempre Marco Aurelio –el emperador estoico–, una vida buena, estable y racional en la ciudad.

*La Autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión