Todos los que deambulamos en la vida por la ruta del tiempo, en ocasiones, encontramos en el camino a personas que al sentirse atraídos por la empatía, deciden acompañarnos, algunos lo harán por un tiempo corto, otros, los que se sienten hermanados, deciden continuar la marcha compartiendo su tiempo, su conocimiento, su sabiduría, su afecto, incluso, llegan a construir un vínculo más sólido y permanente, comparten su amor; más, en ocasiones, incluso, los más cercanos a nuestro corazón, deciden disolver la comunión al encontrar en el ser hermanado más defectos que virtudes; es este el momento de preguntarse: ¿Acaso habrá algún mortal que no tenga defectos? Algunas veces, estos factores que le resultan inconvenientes para mantener una unidad, a quienes después de un largo recorrido, empezaron a vislumbrar actitudes, conductas o acciones que consideran incompatibles para su forma de ser o de percibir la vida, son el reflejo del desencanto por el hecho de no haber logrado algún objetivo particular. Un sabio me dijo que antes del afecto o de los fieles lazos de amistad y de amor, toda relación se basa en un interés de una o de las dos partes, y que cuando ese interés ya no resulta prioritario y encuentran, por el contrario, un estado tedioso o inconveniente para aceptarse a sí mismo, es el momento de dejar a la persona sujeta de interés, y se decide buscarlo en otro plano, con otras fuentes, no importa cuánto trayecto se haya caminado en comunión, cuántas situaciones se enfrentaron y se resolvieron en unidad o cuánto crecimiento se llegó a tener en ese tramo del camino; ese tipo de actitudes, pone en evidencia la naturaleza egoísta de los seres humanos. Si el interés fuera el de lograr la felicidad al lado de esa persona, por considerarlo necesario para ello, valdría la pena analizar el grado de la autoestima que se posee, pues la felicidad es un decisión personal y se logra manteniendo la congruencia consigo mismo, saber quién se es y  valorar en forma positiva lo que se tiene para sentirse satisfecho con ello; al lograr esta condición, se puede tener la capacidad de obsequiar la buena energía para que otros recuperen la capacidad de tomar la decisión de ser felices. Ser feliz no es un propósito egoísta, en el camino para abrir el corazón al amor por el prójimo.

“Maestro, ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley? Respondióle Jesús: Amarás al Señor tu Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente: este es el máximo y primer mandamiento; el segundo es semejante a éste, y es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:37-39).

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